sábado, 27 de marzo de 2010

UN VIAJE GRATUITO

Cuando todo lo de alrededor me resulta chato, ruin y desde luego aburrido, yo, personalmente, ya que no tengo en mi poder la llave de un futuro con el que entretenerme y al que me lanzaría con el mejor ánimo, miro por el retrovisor que eso sí está en mi poder y me desplazo en el tiempo como si tuviera un aparato especial que me trasladara hacia el pasado que yo elija en cada caso. En él aterrizo y me recreo.

Hoy, por ejemplo, a punto de desembocar en una nueva Semana Santa me trasladé a propósito a otra anterior, esta vez a la que tuvo lugar en la Nueva Extremadura del año, nada menos de "mil y quinientos e cincuenta e ocho años", tal como entonces lo nombraban, exactamente al 18 de abril que fue domingo de Cuasimodo, no el que ustedes se imaginan, no, sino el primer domingo después de Pascua que así decían recordando las palabras en latín con que iniciaban el introito de la misa del día: "Quasi modo". Bien, también les aclararé que esa Nueva Extremadura que apunté, es, era, Chile que así lo bautizó Pedro de Valdivia su descubridor. Y nos vamos en esa fecha a la ciudad de Santiago, fundada también por él, justo en el momento, pasados ya los días de penitencia de la Semana de Pasión, a la conmemoración de un nuevo acontecimiento del que acababan de tener noticia aquellos esforzados españoles. Exactamente el de la entronización allá en la lejana España, del nuevo rey, Felipe II.

La noticia les llegó, nada menos, que del mismo Carlos I de España y V de Alemania en un documento que resulta todo un testimonio de la sencillez y naturalidad que sólo un gran hombre puede adoptar al tratar de temas tan importantes. También, ese documento, ofrece matices que recogen sentimientos íntimos del monarca.

"Ya teneis entendido el suceso que han tenido nuestras cosas, y como emprendí la guerra en Alemania por lo tocante a la religión". Es decir, nada menos que Carlos V organizando una Europa dividida entonces por la reforma emprendida por Lutero. El monarca español inició la guerra, "por la obligación que tenía a reducirlos y volverlos al gremio de la Iglesia" como explica. Pero no acaba aquí su deseo de organizar y dirigir la política continental, sino que hizo por su parte, todo lo posible para que se convocase el Concilio, "procurando que se concluyese e hiciese la reformación necesaria para mejor atraer a los que se han apartado y desviado de la fe", rompiendo con ello la unidad continental en un tema como era el religioso entonces tan primordial. El Emperador con esto, presionaba a la propia Iglesia para que acabase con la serie de motivos que dieron lugar a las protestas de Lutero.

Continúa el monarca contando también a sus vasallos de Ultramar como "el rey de Francia rompio últimamente la guerra por mar y tierra, sin tener ninguna justa causa ni fundamento, ayudándose de los alemanes que contra su fidelidad hicieron liga con él, y trayendo la armada del turco con tanto daño para la cristiandad y especialmente de nuestros estados y señoríos queriéndoles invadir". Claro que de poco le sirvió al rey francés Francisco I tantas ayudas, porque fue derrotado en Pavía y traído prisionero a Madrid.

Se lamenta Carlos V de que "por lo uno y lo otro, fui forzado y necesitado a levantar los ejércitos que he juntado, que se me han seguido grandes trabajos". Y sigue, "tratar negocios tan continuos y pesados" han sido causa "de la mayor parte de las enfermedades e indisposiciones tan largas que he tenido y tengo de algunos años a esta parte, y hallarme tan impedido y falto de salud." Esta es la razón que le llevó a ceder sus poderes y así lo comunica al "Consejo, justicia, regidores, caballeros, escuderos, oficiales, y hombres buenos de la ciudad de Santiago del Nuevo Extremo". Su heredero para el que pide la "lealtad y amor que a mi habeis tenido" no es otro que el "serenísimo rey de Inglaterra y Nápoles, príncipe de España, nuestro amado hijo". Es decir, Felipe II.

Para conmemorar tales acontecimientos, los del Cabildo de la ciudad de Santiago a las "ocho de la mañana" del domingo de Cuasimodo, "vestidos de ropas rozagantes de raso carmesí" y el pueblo entero, escoltaba el estandarte que por una parte "llevaba las armas de Su Majestad, y por la otra banda las que Su Majestad hacía merced a la ciudad". Y "a la tarde -nos cuentan- hubo grandes regocijos de toros y juegos de cañas en loor del rey don Felipe nuestro Señor".

¡Qué bien! eran los tiempos en que una España destacada influía en gran parte del mundo conocido y que, desgraciadamente, mucho contrasta con la actual en que tanto se airea y se agradece cuando a nuestro jefe del Gobierno, tan sólo, le invitan a algo por ahí afuera. Por eso yo me traslado, haciendo un esfuerzo de memoria a épocas más felices. Y además es gratis.

sábado, 20 de marzo de 2010

LA FELICIDAD, LA FILOSOFÍA Y LA QUÍMICA

La palabra cínico tiene mala prensa y con razón, pero si nos referimos a los filósofos griegos con esta denominación, la cosa cambia. Su escuela defendía principios muy aprovechables. Esos griegos de unos 400 años a. de C. se distinguían, según se cuenta, por el rechazo a los convencionalismos sociales, esa como una losa, hay que aceptarlo, que a veces nos pesa demasiado. Una postura ésta, por tanto, la de los cínicos, para tener en cuenta. Claro que Diógenes, uno de sus principales representantes, exageró hasta tal punto que, como se sabe, su desprecio fue tanto que le llevó a vivir en un tonel, lo que fue demasiado, sobre todo en invierno, digo yo.

Los cínicos buenos a los que me refiero, los antiguos, también cultivaron la diatriba, que a veces, debemos comprenderlo y digámoslo en su defensa, surge espontánea, como un impulso incontenible ante tantas injusticias como se ven. También cultivaban la sátira con lo que me imagino, se divertirían la mar. No es para despreciarles por tanto. Además, y es a lo que quería llegar, buscaban, como todos, la felicidad y para encontrarla iban en mi opinión por la dirección acertada, ya que marchaban en pos de la tranquilidad como principio imprescindible. La tranquilidad tan deseada y que tantas veces cuesta tanto encontrar.

Yo me apunto a esta tendencia. Creo que al estar tranquilo, todo lo demás se puede dar por añadidura.

Aunque no siempre se ha pensado así. Eran griegos también los que, por un atajo u otro, querían alcanzar esa felicidad, fin último, y la buscaban en el placer, o la mera posesión de bienes materiales, o en la virtud, o en el conocimiento... Pero ya me dirán ustedes como se llega hasta todas esas metas sin la tranquilidad imprescindible para disfrutarlas. Aristóteles por esta vez me falla porque se fija en todos esos detalles o metas que identifica con la felicidad.

Lo que no cabe duda es que esa sensación de sentirse feliz tan deseada y tan buscada llega de afuera de nosotros, pero para verla, reconocerla y acogerla, necesitamos de esa postura tranquila y sosegada que nos permita tener el alma digamos si me lo permiten, con todas sus puertas abiertas a los acontecimientos para que podamos elegir los más convenientes.

Tranquilicémonos, pues, y si no lo conseguimos naturalmente, olvidémonos de la filosofía y echemos mano de la química, de los calmantes y de los somníferos, dan resultado por un tiempecito. Pruébenlo y hasta mañana si Dios quiere.

sábado, 6 de marzo de 2010

DE LAS IDEAS

Un papel en blanco es tentador unas veces y otras descorazonador cuando se quiere llenar de algunas ideas y esas ideas susceptibles de ser reflejadas por escrito se han escondido tanto en la parte del cerebro donde se guarden esas cosas, ignoro cual es, que no hay manera de dar con ellas. Porque las ideas son algo distinto de las preocupaciones, tanto que cuando estas agobian en demasía las ideas parece que quedan atascadas allá adentro. No existen fontaneros, plomeros los denominan en América, que se dediquen a estos desatrancos.

La idea surge con el ocio. Pero para que haya ocio debe haber tranquilidad y, desde luego, ausencia de preocupaciones. La negación del ocio es el negocio.Pero cuando no hay negocio surgen las preocupaciones, un lío. Sin embargo, los griegos, los de antes, lo tenían claro. Sólo en el ocio -eso que ahora tanto se desprecia- surgen las ideas nuevas, las que brillan y de las que tantas veces nacieron beneficios claros. Creo que fue un tal Denosameno, griego, no podía ser otra cosa con ese nombre, el que se alejaba de todos e incluso apartaba la vista de cualquier objeto para, ocioso horas y horas, poner en funcionamiento su masa gris, verdadera fuente de ideas, que luego trasmitía en la plaza pública a sus paisanos para que, recogidas por ellos, las pusieran en práctica y negándoles de esta forma, por lo que veo, el disfrute del ocio creador. Lo malo fue queDenosameno murió devorado por una fiera en las soledades que tanto buscaba. Ocioso en demasía el griego ni siquiera se molestaba en echar una ojeada al entorno en que se refugiaba. No hay que exagerar.

Otro, este alemán, Gunter Cuxhaven, escribió "La ocultación del pensamiento" y aunque su intención era médica más bien, rozó en su trabajo el comportamiento del intelecto en su función más noble, el de la creación. Aconsejaba realizar el trabajo imprescindible para materializar lo ideado, pero no despreciaba el ocio, al contrario, insistía en lo que denominaba ocio creador que en resumidas cuentas no es más que la consecución de la calma necesaria para que la mente pueda desarrollar sin otras distraciones, el germen del que surgirá la idea califiquémosla de importante.



Aceptada, pues, la necesidad de disfrutar del necesario ocio aunque no sea más que para poder coadyuvar al beneficio de la sociedad, contemos ahora lo que Pietro Marcetti, un italiano, creo que genovés, nos cuenta en su novela "El momento". Trata en ella de una especie de santón que atraía a las masas con sus peregrinass ideas. Marcetti debio de tener noticia de lo que el griego Denosameno predicaba y ni corto ni perezoso, lo incluyó en las predicaciones del protagonista de sus novela y en los ejercicios de concentración que organizaba. Lo malo fue que esa su intención chocó con el característico talante de sus paisanos calabreses. Los alentaba a practicar la concentración sí, sentando comodamente a sus seguidores para pasar durante un cierto tiempo a disfrutar de lo que él también denominaba ocio creador. Lo malo era que la tal concentración resultaba tan profunda, buscada, además, en una posición de gran comodidad que el "dolce far niente" del ocio buscado, acababa por introducir a la mayoría de sus seguidores en el tranquilo reino del diós Morfeo. Se dormían en una palabra.



Así que esto del ocio hay que tomárselo con cautela y más cuando acucia la necesidad de lo material y diario, me refiero la de conseguir la manduca imprescindible. Porque cuando escasea, digan lo que digan los griegos antiguos, también surgirán nuevas ideas sin necesidad de ningún ocio, pero no las creadoras y beneficiosas que dijimos, sino las brotan de la necesidad acuciante, quizá no tan plausibles como las otras, pero imprescindibles también y desde luego reparadoras.



Y con esto, el papel en blanco tentador que dije al principio y acaso también descorazonador, queda completito por hoy, sin necesidad del ocio, sólo echando mano a la imaginación.

jueves, 4 de marzo de 2010

DIÁLOGO CON EL OTRO

Sentado en una roca de cara al horizonte difuso, observo las olas, olitas más bien que se acercan hasta mi tratando de salpicarme sin duda al toparse con la roca esta en que me sustento.

--¿Sólo una roca tienes?

--Una roca sí en la que me siento seguro, aunque relativamente todo hay que decirlo, porque los vientos y la lluvia tantas veces, se divierten conmigo mientras no encuentro nada que me sirva de cobijo. Creo que las nubes, la luna desde luego y el sol también, se mueren de risa al verme víctima de sus juegos. Y hasta los pajaritos diría yo se ríen de mi situación al haberme creído seguro en una triste y solitaria roca. Y no digo nada de las serias gaviotas que, a veces, cuando me sobrevuelan, lanzan sus desagradables graznidos como risotadas salidas de unas gargajosas gargantas. Sin embargo te confesaré, y fue mi gran equivocación, que me sentí satisfecho cuando pensé, tiempo atrás, que al agua que es lo verdaderamente peligroso, no me caería cuando juzgué un hallazgo este lugar que me sirve de sustento, mi solitaria roca en medio de un mar escondido en esta revuelta de la tierra que le proporciona aires de pequeña bahía cobijadora. Y lo peor es que ya es tarde para reaccionar.

--¿Te faltan las fuerzas?.

--Quizá las fuerzas no es lo que más echo en falta, alguna queda, lo que no veo son cobijos libres a los que acceder. Además ha entrado uno ya en una época en la que la marcha atrás no funciona, sólo persiste el presente.

--¿Y el futuro?.

--El futuro si llega viene envuelto en un presente siempre corto, porque, amigo, quizá tú lo ignoras, luces todavía aires juveniles, pero cuando se es especialmente persistente con la existencia como ya es mi caso, queda uno encasquillado en el visible presente. Nadie le fía ni un corto tiempo futuro. No queda más remedio, pues, que continuar. Y en la continuación está uno empeñado. Porque a pesar de los vientos, las lluvias y los graznidos tan cruelmente hilarates de las gaviotas, uno aspira a seguir.

--Un triste destino...

--No tan triste si uno acierta a adornarlo.

--¿A pesar de esas molestias que señalas?

--A pesar de ellas, venciéndolas con la única arma de que ya se dispone, con la cabeza, no a cabezazos claro, sino con imaginación. A la imaginación la alimentan los recuerdos, también las fantasías a las que se puede recurrir, pero embridándolas para que no desemboquen en unos delirios en los que se perdería uno sin remisión.

--Un equilibrio difícil...

--No tanto si sigue uno dominando la situación, quiero decir, la interior que es la que importa. El equilibrio se hace estable con la voluntad.

--¿A pesar de esos vientos, esas lluvias, esas persistentes molestias en fin?

--Mira, todo eso, tantas molestias, incluso tantos sinsabores, tantas decepciones, todo eso junto se denomina existencia, para que vamos a engañarnos, no hay otra que yo sepa en este mundo. Por eso debemos aceptarla tal como viene. Y como te decía antes adornándola con la mejor voluntad y con unas cuantas dosis de resignación.