jueves, 30 de septiembre de 2010

EL POETA Y LA NADA

Hay un poeta -así se llama él al menos- aquí mismo que no sé si lo es efectivamente o sólo se lo cree porque a veces rima dos frases que no chirrían demasiado. Un tipo raro. Se le describiré a ustedes: resulta más bien bajo, ya un tanto barrigudo y presume, además, de tener el cuerpo cubierto de puntos suspensivos, como etcéteras interminables, dice. Los demás a tanto punto lo tachan de verrugas, pero él rechaza esa idea.

Es un poeta tan cercano que no puede evitarse caer en las garras de sus desvaríos que además como a veces, no siempre, vienen con rima, algunos le aplauden. Ocurrió con algo tan inaprensible como el concepto de la nada frente al ser. Hablabamos de eso. Él, el poeta en cuestión, se atrevió a lanzar su idea disolvente que se pertrechaba tras lo que denominó "Disimulo necesario". Y farfulló:

Sólo existe el silencio
que ocultan las palabras
cómplices del hueco mutismo
que llena el universo de la nada.
Palabras necesarias para sostener y dar vida al vacío
que todo lo llena
y que olvidamos para entendernos entre nosotros.

Demoledor en verdad lo que nos dijo. Pero yo en medio de mi turbación, supe salir por un huequecito que el poeta dudoso y el mal filósofo me dejó entreabierto. Se refería a la nada absoluta, negativa y disolvente como hicieron tantos filósofos tristes, pero lo hacía utilizando las palabras, con lo que el enfrentamiento entre la nada y el ser quedaba destruído. Reconocía la existencia, el ser, puesto que utilizaba el lenguaje con lo que quedaba la nada en su apreciación no sólo tratada más benignamente, sinó en su sentido más beneficioso, el que aceptamos la mayoría. Aprobaba sin saberlo la existencia de una nada relativa, tan necesaria para la existencia, puesto que de ella salió todo lo creado.

Con esto, con esta confusión nuestro poeta que no utiliza su inspiración para regodearse con los cantos de los pajarillos o con la belleza de los amaneceres precisamente, sino para adentrarse en retorcidos vericuetos de lo más sombríos, buscó la forma de entenebrecer la alegría de la creación que yo le esbocé iniciada desde la nada.

--Bien -aceptó- si existimos la nada desaparece y se llena de lo creado, ¿pero qué pasa con nosotros?.

Nosotros caminamos a buen paso hacia la eternidad, contesté rápidamente, con lo que el cercano poeta volvió a sonreir satisfecho con una buena dosis de malicia. "La eternidad -repitió- un sin fin, escucha". Y comenzó a recitar:

"Noche incierta, mancha sin sol,
luna sin alma, mineral,
camino incierto, pavor,
lejanía, inmensidad.
Ya sin día no hay días:
un instante prolongado,
peresistente, sin saliddas,
un especio sin sus lados.
Esto es la eternidad,
un no ser siendo, vaguedad.

Parecía con lo recitado que el aburrimiento en esa eternidad estaba garantizado, pero ese "instante prolongado, perisitente, sin salidas" que decía, se vió de pronto iluminado por mi recuerdo de la profunda y escondida creencia salvadora que el propio poeta tristón, tan cercano, tuvo a bien exponer en otros momentos . Busqué entre sus papeles y le leí ante su asombro, lo que él mismo compuso al narrar el paso a la otra dimensión. Lo titulaba "Tránsito" y decía así:

"Todo se alejaba,
ya no era más que yo mismo
que bastaba,
ya no era ni siquiera mi organismo
que sobraba.
Era yo sin envoltura,
sin figura,
era mi interior como en un vuelo,
era yo que caminaba hacía el cielo.

¡Eso, hacia la eternidad en el cielo!, casi gritamos los dos muy contentos con lo que tras un apretón de manos muy sincero nos fuimos a dormir muy beatíficamente, porque hay que comprender al poeta este tan cercano, es, sólo, un buen hombre que se divierte a su manera como puede con estos juegos.

viernes, 24 de septiembre de 2010

CON LA IGLESIA ME TOPÉ

Hay temas recurrentes. Uno es el de Eugenio Pacelli, el Papa Pío XII que le tocó asumir su pontificado en la complicada época que iba desde 1939 hasta 1958 en que murió en Castelgandolfo. Epoca de la atroz Guerra Mundial desvastadora de buena parte del mundo y época de la postguerra , costosa cuenta arriba para tantos. El motivo de ocuparse de este Papa de tiempo en tiempo, Papa que acompañó toda mi infancia y juventud, es el manoseado tema del atroz Holocausto y su supuesta actitud ante Hitler. Como si fuera fácil acertar ante la opinión de todos en aquellos tristes momentos de intransigencia, crueldad, bombas y muertos.

Esta vez han aprovechado otras críticas muy del día contra algunos clérigos y obispos, merecidas por supuesto, para ya que se topaba con la Iglesia, aprovechar y de pasada alargar el recuerdo hasta más allá de la mitad del siglo pasado para lanzar unas cuantas puyas facilonas en un tema ya supersabido y felizmente superado con las informaciones comprobables ofrecidas. Además la postura de la Iglesia en aquella época ante los movimientos políticos que nacieron en Europa como equivocada solución a sus problemas sociales y de todo tipo, era ya sólida y clara. Fue su antecesor, Pío XI el que condenó tajantemente al fascismo, al nazismo y también al comunismo. Y condenados quedaron. Al Papa Pacelli le tocó ocuparse de la paz tan amenazada en su época, defendiendo, como hizo, las instituciones internacionales, únicos instrumentos con algunas posibilidades de mantenerla.

A pesar de todo hay que aceptar que la Iglesia como institución con gran poder espiritual y en otros tiempos temporal también, junto a las alabanzas y fidelidad de su grey, tendrá siempre una oposición más o menos abierta, tapadera, sin duda, de intereses espúreos, por lo que los enfrentamientos y las críticas estarán siempre de actualidad. A lo largo de la Historia, cuando su poder temporal era fuerte, se enfrentaron a ella en ocasiones hasta reyes cristianos por cuentiones políticas y de dominio, a las que había que añadir las siempre notorias desviaciones en cuestiones de interpretación de la fe que se alejaban de la ortodoxia. La más conocido y de consecuencias bien visibles fue la de Lutero, fraile agustino que propugnaba una renovación, hasta cierto punto necesaria. Erasmo de Rotterdam, sacerdote y teólogo, erudito, gran amigo de santo Tomás Moro, resulta también un gran crítico de las costumbres, malas, de algunos clérigos de la época como se recoge en su obra "Elogio de la locura". Su deseo de volver a una Iglesia más auténtica y menos formulista contó con el beneplácito de Carlos V, que mientras luchaba con las armas en defensa de Papado contra los alemanes que abrazaron la Reforma luterana, pedía a Roma que congregara un Concilio sin duda necesario que asentara las bases e indicara la dirección adecuada, pero que no se consiguió hasta el reinado de su hijo Felipe II, fue éste el Concilio de Trento.

Pero cada momento tiene su afán y la Iglesia se enfrenta a las nuevas necesidades y a los nuevos retos para llevar a buen término su misión. A aquel Papa que tuvo que contribuir a consolidar la paz, Pío XII, le sustituye Juan XXIII sin duda una cumbre en la sucesión en el solio pontificio. A él de debe la doctrina del "aggiornamento", es decir la actualización de la Iglesia que se alcanza con la convocatoria del Concilio Vaticano II, sin olvidar, por eso, las cuestiones sociales, magistralmente atendidas en su encíclica "Mater et magistra" o sobre la anhelada paz mundial siempre tambaleante con "Pacem in terris".

Luego otro Papa, Pablo VI que acabó el concilio y alumbró su pontificado con seis encíclicas e inauguró la era de los Papas viajeros. Le sucedió Juan Pablo I malogrado tan pronto y al fin Juan Pablo II, el pontífice peripatético que llevó su palabra por el mundo y su enseñanza y su comprensión, además de ser uno de los artífices más valiosos para acabar con la dictadura comunista de la URSS y de los países satélites, dictadura que él tanto sufrió en su juventud, después de aguantar el azote nazi en su Polonia natal.

Y llegamos a la actualidad en que el Papa esperado por tantos que conocían su trayectoria mientras ojo avizor se vigiliba el inicio de la fumata blanca que lo anunciara, Benedicto XVI debe enfrentarse a la ímproba tarea de oponerse al nuevo credo, el del relativismo que invade al mundo. Nada es absoluto ni en creencias, ni en política ni en las costumbres ni en la vida en general. La técnica con sus sabidas limitaciones brinda las soluciones esperadas. Y ante esta realidad, para enfrentarse a tanta desilusión, los cristianos, todos, las distintas iglesias, luteranos, ortodoxos, anglicanos, calvinistas...cada uno, intransigente, subrayando los matices que los separan sin acordarse de la Verdad los une.

Más o menos ya en el siglo XV, Erasmo sale al paso de tanta diversidad, aunque entonces no era tan abundante ni profunda. Ya traté de esto en otro artículo, pero oigámosle de nuevo porque viene muy bien al caso: "Hay en todos ellos un gran afán por distinguirse en el género de vida y no se preocupan de ser semejantes a Cristo, sino ser diferentes entre sí...como si fuera poco llamarse cristianos" afirma despúes.

Con esta crítica amistosa o consejo aprovechable, termino a la vez que aclaro que si este casi anónimo cristiano que soy yo se ha permitido pontificar un tanto, se debe, exclusivamente, a que en efecto, leyendo un diario me topé con la Iglesia, pero la Iglesia con mayúscula, no como don Quijote - y perdón por la comparación- que sólo dio al fin con una iglesia, con un templo que andaba buscando. Bien es verdad que la frase tópica se utiliza torciteramente elevando al simple templo, quizá capilla, a la altura de Iglesia como institución, porque así la crítica se consigue con una sola frase de una vez, que es de lo que se trata desde hace tanto tiempo.

domingo, 19 de septiembre de 2010

LA VUELTA AL RUEDO

Fernando Savater es un filósofo que como suelen hacer los filósofos pontifica. Ahora ha escrito un libro que titula "Tauroética" para oponerse a las tesis de los abolicionistas de las corridas toros. En ese libro que no he leído y del que únicamente tengo referencia por los periódicos, parece que afirma que "lo bárbaro es confundir la sangre del toro con la del hombre" lo que no sé hasta que punto puede tacharse de barbaridad tal desatino, sino más bien de equivocación o de ignorancia. Se trata de sangre de dos seres, uno racional y el otro de los que llamamos irracional, pero las dos fundamentales para cada uno de ellos. Pobre hombre quizá sólo herido y pobre toro seguramente muerto, lo que a mi entender daría motivo a dos tipos de lamentaciones de intensidad seguramente desigual. Aunque llegado aquí hay que decirlo, el hombre así herido aceptó libremente el riesgo, quería acabar con el toro y el toro que no buscaba la lucha se defendió. Es la eterna discusión entre los pros y los contras de la fiesta.

Y ya con esto llego al punto que quería resaltar, aunque repito con el único apoyo informativo que proporciona el diario en cuestión: parece ser que en el afán de Savater de desmantelar los motivos que esgrimen los abolicionistas, explica en un "impecable razonamiento" según el periodico, que el titular de un derecho debe ser consciente de ello, "por eso -parece que añade- nosotros podemos tenerlo y los animales no". Con lo que no se puede estar de acuerdo en absoluto. Si lo aceptamos damos pie a la legalidad del aborto, el feto no tiene consciencia de nada, luego no tiene derecho alguno. Tampoco un enfermo acaso, ni un retrasado mental, por ejemplo. No, si Sabater escribe esto en su libro "Tauroética" falla, no hay ética en su afirmación ni siquiera aplicándoselo a los toros.

Todo esto ocurre por alejar el concepto o el sentido del derecho de su necesario fundamento en la imprescindible ley moral natural, lo que lleva al peligro de que el propio derecho, al ser calificado de jurídico, puede -y ocurre tantas veces- separarse de la justicia, esta sí siempre unida a la moral. Si queremos perfecccionar el orden jurídico debe respetarse el llamado derecho natural lo que a lo largo de la Historia no siempre ha sido así.

Otra cosa es el motivo verdadero de la prohibición de la Fiesta en la triste Cataluña actual. El impresentable gobierno que la rige, en su locura trata de borrar todos los signos que la unen con el resto de España, eso es sabido y comentado y también condenado por todas las mentes lúcidas. Ahora, exagerar negando al espectáculo el calificativo de sangriento resulta también chocante. A lo largo de la historia hubo prohibiciones en la fiesta. Una la más antigua de que tengo noticia la hizo el mismo Alfonso X el Sabio que prohibió el toreo a pie, permitiendo sólo hacerlo a caballo. Más tarde, creo que con Carlos IV la prohibición de la fiesta fue total. Diez años parece que duró y fue, pásmense, Pepe Botella, el rey impuesto por Napoleón, el que volvió a instaurarla. Pero hay más, hace relativamente poco, la sangre y las tripas brotando de tantos caballos hería muchas sensibilidades y al fin el peto obligatorio impide la muerte, pero no los sustos que me imagino pasarán los pobres caballos con el ojo tapado sin saber porque es así zarandeado y sin tener la posibilidad de arrear una coz en los morros al toro que le ataca.

Se prohiben las peleas de perros y la de gallos, las del hombre con el toro no. Se considera una fiesta representativa de España (por eso la prohiben en Cataluña) y por eso mismo la defendemos la mayoría de los españoles. Pero el toro sufre y la crueldad acompaña al arte que tantos reconocen en el toreo. Mas como el toro no es consciente de la existencia de derecho alguno no puede ser titular de ninguno de ellos según Sabater. El feto humano tampoco según la Aido, titular del Ministerio de Igual Da que dice Antonio Burgos. Así que para acabar aceptemos que cuando los derechos reconocidos son los que están escritos y admitidos por cada dictadura del momento, y la ley moral se ausenta en tantos de ellos, el hombre queda libre para perpetrar tantas brutalidades.

Sé que todo lo que digo no merece de la mayoría que me lea ni una reconfortadora vuelta al ruedo. Pero los pitos no los oigo y las almohadillas no llegan hasta aquí.

sábado, 11 de septiembre de 2010

LOS CAMBIOS Y OTRAS RAREZAS

Hoy voy a hablar de cambios de todos los que recuerde en esta especie de batiburrillo que me deambula por la cabeza. Primero el más importante, porque habrá que tomar en serio eso que anuncian, es el cambio climático producido por el aumento en la emisión de gases de efecto invernadero. Lluvias, fríos, sequías, tormentas todo en grande, exagerado, son las señales que la Organización Meteorológica Mundial indica como algo sin precedentes. El hombre destructor de su propia tierra. Destructor activo y destructor menos notorio, pero igualmente nocivo. En nuestra España, de Burgos para abajo al menos, parece que son las encinas, los alcornoques y los acebuches las especies arbóreas que se deben plantar para repoblar nustra esteparia geografía, ya que estos árboles enriquecen la tierra y no los que habitualmente se plantan que no dejan de empobrecerla.

En fin, esto de los cambios, ya sean climáticos, forestales o de otro orden es una de las consecuencias que se observan con la edad. Con los años uno va notando que todo varía, gustos, maneras y hasta el concepto de la moral. Y del léxico. Hoy leo que a los fareros de toda la vida, ya no se les denomina fareros, ahora son "técnicos de sistemas de ayuda a la navegación", ¡qué menos! porque hasta hace poco eran tan sólo "técnicos de señales marítimas" y no era bastante, eso de señales daba una pista de su trabajo y había que oscurecer más el concepto. Lo de farero es una antiguaya -aunque todavía los hay que viven recluídos en los faros- con un aire romántico y nada más. Había que acabar con tal calificativo. Llamándolos fareros hasta se entendía cual era el oficio que desempeñaban, mientras que con el de técnicos de sistemas de ayuda a la navegación queda, como digo, todo más difuso, ampliado e incomprensible porque se ignora la ayuda que ofrecen que es de lo que se trata modernamente.

Sigamos hablando de cambios en el habla, ¿se han fijado en ese "fuera de servicio" que sustituye al concluyente de toda la vida, "roto", "estropeado" o al menos "no funciona"? Ahora no hay que concretar, dejémoslo todo en el aire, disimulado, a la interpretación de cada cual. Además, si decimos que está fuera de servicio, a usted que le importa el porqué. Es el inglés el que influye, ese idioma que crearon, claro, los ingleses, tan taimado y poco franco como ellos.

Otro ejemplo, el "¿en que puedo ayudarle?" con que ahora nos reciben en casi todos los sitios. "Can I help you?". En vez del definido ¿qué desea? de siempre y que daba pie a explicar el motivo de nuestra presencia en tal establecimiento.

-¿En qué puedo ayudarle?.

-Y yo qué sé lo que Vd. pueda o no pueda hacer. Yo lo que quiero es cuarto y mitad de...

¿Y qué me dicen del "pack" que sustituye al paquete, conjunto o juego?. Juego de cubiertos no, pack de cubiertos, o de galletas o de... Y "pack" traducido puede ser bulto, fardo, también paquete, sí y hasta emplasto, con que ya me contarán lo acertado de la tontería.

Ya no hay arreglo, es la apertura o eso que tachan de globalización, es decir, uniformidad, despersonalización en suma. Déjenme pensar sobre el posible inicio del descontrol que comenzó a interferir en las austeras y uniformadas vidas de nuestros mayores y en la mía que yo también estaba allí. Todo fue creo, y si no es así que me desmientan los sociólogos, cuando sobre a finales de los cincuenta o comienzos de los sesenta del siglo pasado, los señores empezaron a quitarse el sombrero, -no se rían- quiero decir la seriedad cara al exterior y las mujeres por su parte la mantilla. Fuera la rigidez y el encorsetamiento de las costumbres dijeron al fin. Tenía que llegar, se veía venir porque era lo natural. Si hasta nuestras jóvenes que empezaban a viajar, lo hacían invariablemente vistiendo pantalones, ¡qué horror!, en vez de las femeninas faldas o al menos la honesta falda-pantalón que permitía libertad de movimientos dentro de la modestia exigida hasta entonces. Y además como ya eran modernas montaban en el tren o en el autobús que las transportaba a la frontera, al mundo verdaderamente exterior, el de la modernidad, con el cigarrillo en la boca porque eran, repito, modernas o querían serlo y eso era lo exigible.

Y la actualidad fue llegando borrando fronteras al mismo pensamiento y lo difuso e inconcreto tomó carta de naturaleza que, poco a poco, nos llevó al relativismo que hoy todo lo impregna. Claro que lo difuso se extendió hasta el entonces concluyente sexto mandamiento de toda la vida con su dura y tajante prohibición y se dulcificó hasta difuminarse en un no cometer actos inmorales, con lo que a las conciencias se les apareció un horizonte amplio por el que navegar con mayor libertad. Cambios, al fin de todo tipo que siguieron transformando el panorama social que tanto pudo influir en el comportamiento de todos. Vemos a los curas que se visten en su mayoría como los funcionarios, los albañiles o los fontaneros sin obedecer al anterior Papa que pregonaba la distinción de su importante ministerio. Los militares por su parte disimulan de paisano, por temor a los etarras. El "Todo por la Patria", se cuestiona por unos políticos que a pesar de su ropa bien cortada, costosa, no consiguen ocultar su procedencia desde la falsedad y el "trinque" si se tercia y pretenden cambiarlo por un "todo por la democracia", esta tan indefinida, la nuestra al menos, que soportamos.

Pero a pesar de tantos cambios justificados y beneficiosos muchos, molestos e hirientes e incluso absurdos otros, parece que el verdaderamente importante es el climático que pregonan y del que hablan tanto los que parecen entendidos. De los otros, anécdotas y bromas aparte, si te quejas te llaman anticuado, lo que muy bien puede ser verdad.

martes, 7 de septiembre de 2010

EN LA OTRA ISLA DE ROBINSON

He pasado gran parte del verano con Arturo Uslar Pietri el escritor venezolano ya desaparecido por desgracia.

--¿Es usted brujo o está loco para asegurar que se codea con los muertos?.

--Ni lo uno ni lo otro, pero sí he estado con él y gracias a él, en "La isla de Robinson", no la de Crusoe, sino tan sólo en la de Simón, un sabio, sincero y honrado personaje que gastó su vida, la que le proporcinó Uslar,en intentar, infructuosamente desde luego, poner en práctica sus ideas.

Aclararé que se trata de una novela, "La isla de Robinson" se titula. Y no se refiere a una isla geográficamente hablando, sino a un aislamiento personal triste y hasta cruel, al no encontrar el tal Simón una respuesta entre sus paisanos a las desinteresadas ideas que creía salvadoras para su tierra, la amplia América hispana, justo en los momentos de la independencia que Bolívar con sus torcidas maniobras iba consiguiendo.

Uslar, con esta gran novela crea a un personaje que puede ser considerado universal. Sólo los grandes escritores lo han conseguido. Don Quijote y Sancho son el claro ejemplo. También don Juan con su mito; Lope, Calderón. Fuenteovejuna eleva a todo un pueblo a esa categoría... Esta vez me tocó durante este verano conocer a otro, a Simón Rodríguez, al que Uslar retrata aislado en medio del avispero americano, víctima como estaba aquella tierra de los advenedizos que surgían cuando España, después de Ayacucho, se retira. Un personaje, Simón, reducido a la soledad íntima de su propia persona, su isla, la que surge de la soledad que siente por el abandono intelectual que sufre. Sólo él con sus ideas tan firmes. Simón Rodríguez un Robinson universal en el que se puede ver retratada a mucha gente. Incluso a uno mismo en tantas ocasiones a lo largo de la existencia que culmina, precisamente, cuando esa existencia acaba. Es la auténtica soledad que Uslar describe con tanta veracidad y realismo que conmueve en verdad. Así acaba su narración cuando Simón siente que su fin se acerca y escribe con gran desilusión, como derrotado, a un amigo: "Adiós amigo -dice- deseo a usted como para mi/salud para que no sienta que vive/distracción para que no piense en lo que es/y muerte repentina/para que no tenga el dolor/de despedirse de lo que ama/y de sí mismo para siempre".

Atroz resulta al poder considerar verdadero todo esto que sólo un personaje con la categoría intelectual de Arturo Uslar puede plasmar. Y con ello pasé -¡qué cosas! y hasta entretenido- gran parte del verano. No soy un gran lector de novelas. Esta la tenía de antiguo y surgió en la búsqueda de distracción. Ya había leído otras cosas del gran venezolano. "Las lanzas coloradas" me fascinó. Conocí al escritor en el centro de Cultura Hispánica que capitaneaba con enorme acierto -hay que decirlo aunque algún cernícalo actual se sorprenda- un Blas Piñar que todavía no se había mostrado tan en la recóndita y alejada esquina de una derecha exagerada, tan superada por fin. Hablé con él, con Uslar y hasta me atreví a censurar su denominación de Latinoamérica en vez de la verdadera de Hispanoamérica que él tanto valoró. Blas Piñar, a mi lado, me pidió muy amablemente, más consideración con el invitado ilustre, y frené mi ímpetu juvenil ante el maestro que al poco tiempo, cuando se puso en duda la contribución de España al progreso de nuestra civilización -creo que por parte de algún inglés pérfido desde luego- Arturo Uslar Pietri, le contestó con la energía y la amplia verdad que cualquier estudioso puede conocer, enumerando punto por punto nuestra aportación y nuestras glorias que él consideraba suyas también como heredero de ellas que era, por haber nacido allá, tan próximo, en la otra orilla.

Y llegado a este punto tan cerca del final de nuestra perorata de hoy, pidamos como nuestro amigo Simón salud, pero no para no sentir que vivimos, sino para percatarnos de todo lo contrario, de que sí lo hacenos. Vivir y vivir a tope si es posible y quizá tan sólo desde nuestra isla acaso imposible de abandonar, pero en contacto con los demás, sintiéndonos, al menos, en un archipiélago de vidas. Con la ilusión de unos Quijotes, nuestras dosis necesarias de Sancho Panzas y, si se consigue, en una suerte de Fuenteovejuna, todos a una con los nuestros.

Amén.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

SANTANDER DE MIS AMORES

Pasa el tiempo y ni saluda, sólo borra huellas, recuerdos. Volví después de años, ilusionado, a las calles de mi Santander en las que dejé tantos trozos y trazos de hechos para mí sin duda trascendentales y comprobé lo que la lógica dictaba, que el tiempo había transcurrido y tan sólo me esperaban las esquinas desnudas limitando tanta piedra muda, tanto cemento. Lo vivido con todo el atractivo de lo novedoso quedaba, únicamente, grabado en mis adentros que, aleteando, me avivaban la nostalgia.

Así que con tan poco atractiva experiencia, me encaminé al que fue mi antiguo barrio, el más antiguo de la ciudad que ahora quieren dignificar después de tantos años de olvido y no sé si de desprecio. Me refiero al ahora ya, otra vez, denominado Cabildo de Arriba, como queriendo buscar no sé qué abolengo que sólo el tiempo otorga, rememorando como una gracia, la miseria, las casuchas de tantos Muergos,junto alguna Sotileza que todo hay que decirlo e, incluso, algún Padre Apolinar que tratara de desbastar tanta aspereza. Todo esto como un segundo acto de la Historia, una vez que las viviendas de los hidalgos fueran destruidas. Porque al Cabildo de Arriba, a la Pueblo Vieja siempre la trataron despectivamente los más nuevos que se establecían en la llamada Puebla Nueva y hasta llegaron al enfrentamiento armado, ¡qué cosas! pocos y mal avenidos como se sabe. Escasos habitantes, muchos hidalgos (de ahí venía el lío) y pocos pecheros. Pero esto pasó hace mucho, siglos nada menos.

Era la Historia con mayúsculas. La mía, con minúsculas, más cercana, me lleva sólo hasta los tiempos de aquellos tranvías amarillos y aquellos raqueros auténticos zambulléndose en la machina en pos de alguna "perra gorda" arrojada por paseantes generosos. Tranvías, el de Miranda y el que nos trasladaba a un Sardinero entonces sin el innecesario velódromo que ahora no le adorna. Tranvías, tantas veces, rematados en su parte trasera por alguno de aquellos raquerillos que subidos "a tralla" como entonces se decía, conseguían hacer el viaje gratis...

Tiempos de mi niñez con una Rua Mayor, la auténtica, que de la Calle Alta nº1 nada menos, -permítanme que lo diga así- donde estaba yo, nos llevaba a la misma puerta de la Catedral en línea recta, en un ambiente en el que aún podía vislumbrar alguna mirada muy perspicaz, un cierto abolengo muy empobrecido y decadente que pretendía dar de lado a una Cuesta del Hospital ya encanallada con bares -"Rufer" y "Güemes"- en que mostraban sus deformaciones mujerzuelas que buscaban su vida junto a la esquina de una Rua Menor, muy menor en todos los aspectos.

Puebla Vieja, nombre que quizá ya entonces se podía, se debía atribuir a toda la ciudad, vieja en verdad, con excepción de un Sardinero ya embellecido. Santander, puebla vieja aunque entrañable, que un incendio atroz abrió el camino de la modernidad en la que yo fui creciendo y ampliando mis horizontes ahora ya transformados en cálidos recuerdos con los que adorno en mi intimidad las piedras mudas y el callado cemento con que me encuentro a mi vuelta, después de tantos años.