martes, 30 de diciembre de 2008

LA REVOLUCIÓN QUE NO ACABA

Cincuenta años son muchos años para casi todo y más para una revolución que, al cabo, se convierte en una costumbre. Tal la de Cuba que anda ahora de cumpleaños, exhausta, acabada o acabándose como su creador el gallego Fidel, el que a tantos quiso engañar, el revolucionario de la voz hueca inacabable que ya, en 1952 desde su programa de radio, conseguía soliviantar algunos ánimos en aquella Cuba de Fulgencio Batista. El sargento golpista que sí prohibió los partidos políticos en la Isla, pero no acabó con el ardor político de los cubanos que casi atronaba el ambiente, de tal forma que al español que entonces llegaba a Cuba, acostumbrado a la dura censura que sufría la España de aquellos años, parecía que se adentraba en el país de la libertad.

Contra esa dictadura, la de Batista que preparaba al país para llevarlo, se decía, a unas elecciones libres, contra esa Cuba entonces pujante, Fidel Castro se levantó y se fue a Sierra Maestra, se dejó la barba él y los suyos, y con unas medallas al cuello pretendió y en tantos casos consiguió, engañar a muchos. Quería Fidel, según dijo entonces, volver a la democracia con la Constitución de 1930. No contaba (si es que fue verdad esa idea en algún momento) con los imponderables y con la influencia de gente como el Che Guevara, revolucionario y asmático personaje elevado a los altares del izquierdismo más intolerante.

Luchó Castro y los suyos contra el Gobierno establecido que, según un gran periodista español de entonces, contaba con muchos hombres, pero con pocos soldados. A pesar de esto, Castro no se valió del heroismo sólo y de la entrega, sino también de la astucia y el terror a veces más eficaz que el combate declarado. Castro, sin duda, hubiera vencido también con las armas, pero su victoria la consiguió (y de esto no se habla) en el frente azucarero al que, como otros que nos toca más de cerca, exigió el impuesto revolucionario. Los azucareros, entonces, presionaron a Batista obstaculizando con ello cualquier defensa o la búsqueda de alguna solución política. La zafra mandaba. No podía perderse pues era vital para el país y Batista tuvo que irse, eso sí eligiendo bien el destino: a su familia la envió a Miami con las alforjas bien llenas, que la familia es lo primero. Y él se fue a Santo Domingo donde todavía gobernaba un Trujillo hermano de Rafael Leónidas, el Benefactor de la Patria y Padre de la Patria Nueva como se titulaba el humilde general.

Así fue la victoria de Fidel, lo demás ha sido parafernalia. Mientras el país, tan empobrecido, a la espera de que la revolución le de un respiro.

martes, 2 de diciembre de 2008

MÁS SOBRE LOS DOLORES

Me gusta escribir la palabra Patria, también Hispanomérica o Iberoamérica, no Latinoamérica. Me gusta destacar las glorias de nuestra Historia. Y me gusta y me recreo en ello por todo lo que me sugieren. Y también, lo confieso, por llevar la contraria a tanto progre actual, intelectuales de pacotilla que no aportan nada porque niegan todo lo que suena a positivo y han desterrado de su léxico tales palabras. Y al notar a esos progresistas, oirlos, verles, me uno al hallazgo unamuniano que resume de maravilla todas las sensaciones que se me despiertan, y también "me duele España".

Esto del dolor por España viene de antiguo. De manera ostensible desde mediados del XIX. Desmembrado ya prácticamente el Imperio, con sólo Cuba, Puerto Rico y Filipinas, con la Guerra Carlista en plena ebulición, con, sin embargo todavía, una gran proyección exterior siempre costosa: guerra de Africa, anexión de Santo Domingo, intervención en México, Guerra del Pacífico contra Chile y Perú; con Amadeo I que llega y se va, hastiado supongo; con una Primera República que necesitó cuatro presidentes en los once meses que duró; con todo esto, el optimismo se apaga y surgen los efectos del dolor patrio. Ya Galdós que hereda de Larra la preocupación nacional, propugna el progreso que entiende nos traerá el liberalismo. Ganivet, por su parte, siente vivamente la decadencia española y propugna una "reconstitución interior", concentrando en España todas nuestras energías. Costa desde su preocupación, resume su consejo: "Despensa, escuela y siete llaves al sepulcro del Cid", metas que se han mantenido en el recuerdo.

En estas estaba ya España, cuando las batallas de Cavite y de Santiago de Cuba, desfavorables para nosotros, nos acarrean la pérdida definitiva de los restos del Imperio y surge el desconsuelo del 98. Un desconsuelo, sin embargo, me atrevo a decir, que trae la reacción tan valiosa de destacados pensadores. Surge un Unamuno, ahora tan citado, y nos dice que "hay que aspirar, de todos modos, a hacerse eternos y famosos no solo en los presentes, sino en los venideros siglos", lo que anima. Y un Azorín y un Baroja que en su preocupación, nos enseñan a apreciar la España íntima, nuestra España. Y un Ortega que nos analiza en su "España invertebrada" y propugna la europeización espiritual de España. Y un Menéndez Pelayo que al enumerar nuestras glorias a través de los tiempos, termina: "Esta es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los arévacos y de los vectones, o de los reyes de Taifas", lo que ojalá no sea una profecía vista nuestra realidad actual de la dispersión regional y de la negación de gran parte de nuestro pasado, que tanto duele.

Pero para que el dolor al menos se suavice, acerquémonos al nicaragüense Rubén Darío que con su modernismo nos acerca la renovación literaria, y con sus sonoros versos nos infunde un optimismo tan necesario, porque lo que él cuenta persiste: "Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda/espíritus fraternos, luminosas almas ¡salve!". Que se completa así: "Que la raza está en pie y el brazo listo/que va en el barco el capitán Cervantes/¡Y arriba flota el pabellón de Cristo!".

Esta última estrofa habrá que quitarla, claro, no vayan a verla los niños en las escuelas. ¡Qué dolor!.

lunes, 1 de diciembre de 2008

EL DOLOR DE DON MIGUEL

Unamuno, el místico, el filósofo, el patriota fue el que exclamó la famosa frase de "me duele España". Creo que siempre España ha dolido a los que se preocupan por ella. Si se repasa la Historia casi siempre hubo motivos. ¿Los hay ahora? Por supuesto, aunque son de distinta índole. El país no está moribundo: "Pueblo moribundo se ha llamado a tu pueblo, Don Quijote mío", se lamentaba Unamuno. No, ahora no lo está, pero el dolor persiste y, esta vez, no es tanto por la marcha del país desde el punto de vista material, como por el sentimiento de que la libertad del individuo está cercada hasta tal punto que ni se permite que el pensamiento de cada cual ni el de toda una comunidad según la que sea, cristalice en nada real.

--Usted es libre de pensar lo que quiera, pero el camino a seguir es éste únicamente-- nos indican.

Los que mandan mandan y les empuja el revanchismo que es lo peor y con él traen de la mano el deseo de dominio. Les ayuda la técnica tan avanzada. Ya tratamos de ello. Desde que somos un número, el control es mayor. En todos los órdenes se siente la imposición. Son muy diversas. Refirámonos a una, la que trajo la gran equivocación de la instauración de las autonomías, al menos en la forma en que han quedado instituídas. En muchas de ellas la libertad se ha visto coartada en gran parte. Los que mangonean el cotarro buscan lo que separa a cada región, los particularismos ridículos, folklóricos, con el afán de encontrar una personalidad diferenciada, precisamente ahora que se habla de la aldea global. Se cambia la Historia para ajustarla a sus despreciables ideas. De esto ya se ha hablado mucho, pero no se ha hecho nada para evitarlo y conviene recalcarlo. El daño para el próximo futuro, si persiste todo esto, puede ser irreparable por la formación falsa y destructiva que se ofrece a las nuevas generaciones a las que se dirige de forma cínica y lamentable. Y esto duele.

García de Cortazar que publica ahora su "Breve historia de la cultura en España" amplia todo lo dicho magistralmente y se lamenta en "ABC" de que "el pasado influye mucho en el presente porque en el presente se manipula la Historia". Dice Cortazar que en su obra demuestra "la gran aportación de España al pensamiento y a la mejora del mundo y de la sociedad. Sin la aportación de España el mundo hoy sería distinto". Pero nuestros dirigentes prefieren ocultarlo, y si no vean los libros de texto.

A pesar de tanta gloria, la fragmentación de España se adivina, se desea por algunos y duele, como duele que se olvide los que manda la Constitución para imponer un renovado anticlericalismo. Me refiero a los crucifijos en las escuelas, otro síntoma más de todo lo que adolecemos en la actualidad. Un artículo de la Constitución que nos debe regir, establece que "ninguna religión tendrá carácter estatal", pero añade, "los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad". Además, que la educación que se imparta en los centros docentes públicos, será "respetuosa con los valores de la ética cristiana". Nada de esto se ha tenido en cuenta en el último episodio tan comentado estos días, a pesar de que la Junta escolar, había decidido conservar los crucifijos en las aulas. Mientras, dicen los periódicos, en muchos colegios no se imparte carne de cerdo en sus comedores, por respetar la fe musulmana de algún alumno de esta religión. La proteción a las minorías, a la excepción, con rechazo, en tantos casos a la opinión mayoritaria. De el deseo unamuniano de "españolizar Europa" pasamos, parece, al de querer desespañolizar España.

Esta situación no la trae sólo el afán de revanchismo, sino que se ve claramente que viene inspirado por un plan preconcebido de cambio social en el que dirigismo se amplie. Al fin y al cabo, las izquierdas siempre han abogado por la existencia de un Estado fuerte que se acerque a la omnipotencia con lo que el individuo, a la postre, queda difuminado en una masa social informe y anodina.

Por todo esto nos sigue doliendo España. ¿Qué hacer? Don Miguel lo toma por la brava y nos arenga: "Poneos en marcha! ¿Que adónde vais? La estrella os lo dirá..... ¿Qué vamos a hacer mientras marchamos? ¿Qué? ¡Luchar! ¡Luchar!...

Pero quizá no no sea necesario, porque el mismo don Miguel nos apacigua con que "el mundo da muchas vueltas y la fortuna más". Esperemos, pues, para subsistir que esa fortuna nos traiga unos dirigentes que acierten a coordinar la libertad de pensamiento, con la posibilidad de una más libre actuación. Mientras, España resistirá. De otras ha salido.