La palabra cínico tiene mala prensa y con razón, pero si nos referimos a los filósofos griegos con esta denominación, la cosa cambia. Su escuela defendía principios muy aprovechables. Esos griegos de unos 400 años a. de C. se distinguían, según se cuenta, por el rechazo a los convencionalismos sociales, esa como una losa, hay que aceptarlo, que a veces nos pesa demasiado. Una postura ésta, por tanto, la de los cínicos, para tener en cuenta. Claro que Diógenes, uno de sus principales representantes, exageró hasta tal punto que, como se sabe, su desprecio fue tanto que le llevó a vivir en un tonel, lo que fue demasiado, sobre todo en invierno, digo yo.
Los cínicos buenos a los que me refiero, los antiguos, también cultivaron la diatriba, que a veces, debemos comprenderlo y digámoslo en su defensa, surge espontánea, como un impulso incontenible ante tantas injusticias como se ven. También cultivaban la sátira con lo que me imagino, se divertirían la mar. No es para despreciarles por tanto. Además, y es a lo que quería llegar, buscaban, como todos, la felicidad y para encontrarla iban en mi opinión por la dirección acertada, ya que marchaban en pos de la tranquilidad como principio imprescindible. La tranquilidad tan deseada y que tantas veces cuesta tanto encontrar.
Yo me apunto a esta tendencia. Creo que al estar tranquilo, todo lo demás se puede dar por añadidura.
Aunque no siempre se ha pensado así. Eran griegos también los que, por un atajo u otro, querían alcanzar esa felicidad, fin último, y la buscaban en el placer, o la mera posesión de bienes materiales, o en la virtud, o en el conocimiento... Pero ya me dirán ustedes como se llega hasta todas esas metas sin la tranquilidad imprescindible para disfrutarlas. Aristóteles por esta vez me falla porque se fija en todos esos detalles o metas que identifica con la felicidad.
Lo que no cabe duda es que esa sensación de sentirse feliz tan deseada y tan buscada llega de afuera de nosotros, pero para verla, reconocerla y acogerla, necesitamos de esa postura tranquila y sosegada que nos permita tener el alma digamos si me lo permiten, con todas sus puertas abiertas a los acontecimientos para que podamos elegir los más convenientes.
Tranquilicémonos, pues, y si no lo conseguimos naturalmente, olvidémonos de la filosofía y echemos mano de la química, de los calmantes y de los somníferos, dan resultado por un tiempecito. Pruébenlo y hasta mañana si Dios quiere.
sábado, 20 de marzo de 2010
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