jueves, 25 de noviembre de 2010

LOS CAMBIOS

Con la edad los cambios se soportan mal. Puede la rutina, lo acostumbrado. Pero el mundo sigue su marcha sin hacer caso de lamentos y cambia gracias a Dios. ¿A mejor? Eso es de difícil pronóstico, el tiempo lo dirá. Pero, mientras, se observa la transformación de las costumbres, de los modos y de las modas, del pensamiento, de las creencias y surge en el interior de los más veteranos al menos una especie de desequilibrio, de dudas y de temores.

Ahora estamos en un tiempo de cambio hacia no se sabe donde. Lo que ha sido uso y sostén de lo existente se tambalea. Pero no surgen indicios de alguna novedad aprovechable y beneficiosa, solo resulta patente la destrucción de lo existente. Porque lo que se pregona como novedad e innovación, son las antiguas doctrinas ya asimiladas por todos, arrastradas desde el siglo XVIII. Rodríguez, el presidente del Gobierno, en el caso español las fomenta desde su rencor reivindicativo deformándolas de forma pueril e hiriente como un jovencito de otros tiempos que no ha evolucionado. Sin necesidad permite enfrentarse, por ejemplo, a la Iglesia con los mismos argumentos de los anticlericales del 36 cuando ahora esa Iglesia vive más este siglo que él mismo y trata de adaptarse y hasta de buscar soluciones, sin traicionarse, al panorama desolado que vislumbra. Un ejemplo, el Papa actual, estudioso e intelectual, guía sutilmente hacia unas metas meditadas y deseadas de las que se beneficiará, sin duda, si se alcanzan, toda esta Europa decadente y tambaleante que no es capaz de conservar sus esencias y que, desde hace tiempo, tantos observadores de distinto signo tanto lo lamentan. El Papa, por su parte, ya ha pronosticado un empeoramiento al que trata de hacer frente por lo que podemos entrever en su actuación y en sus declaraciones. "Yo solo soy un obispo más", dijo, frase que no se basa en su humildad reconocida, sino en su visión amplia que abarca toda la realidad de las creencias todavía palpitantes en el continente, a las que se abre y alerta. Hay más detalles que patentizan esta observación, algunos que, con seguridad, escandalizarán a los propios creyentes que no sepan diferenciar lo esencial de lo accesorio que se ha ido acumulando a lo largo de los tiempos. En "Luz del mundo", ese libro reciente del que tan díficil resulta conseguir un ejemplar, pues se agota de inmediato, Benedicto XVI desliza frases dignas de subrayar que avisan de lo que su pensamiento elabora. Nos ocuparemos de leerlo y comentarlo como se merece.

Se veía venir todo esto: conmemoramos ahora el aniversario de la publicación de "La rebelión de las masas", obra profética de Ortega escrita como una denuncia de lo que en los años veinte del siglo pasado vislumbraba con tan gran visión el filósofo. Las ponderaciones han proliferado como cabía esperar, aunque no faltan críticas al supuesto "aristocratismo" del autor por parte, claro, de los rompedores -encuadrados dentro de esa "masa municipal y espesa" que también denunciaba Ortega- de todo tipo de normas existentes e incapaces a la vez de crear otras aceptables que sustituyan a las que hacen desaparecer. No son masas, dicen esos críticos, son los ciudadanos, queriendo de esa forma meter en el mismo saco a todos.

Aceptemos lo de ciudadanos, pero destaquemos su masificación que al no vislumbrar ningún rumbo son moldeados por los que manejan el poder. Forman un frente no pequeño que va caminando sin guía aparente alguna, persiguiendo únicamente el provecho y la utilidad en cada paso, mientras tratan de ignorar despreciándolos cualquier tipo de valores. Pero hay que asegurar que no todo es relativo, que el concepto de lo absoluto no puede eliminarse de las conciencias de cada cual. Para los creyentes Dios está ahí, aquí, marcando el camino y el Papa trata de interpretarlo en bien de sus seguidores. Pero los que no lo son, no deben aceptar que sea el Estado quien le sustituya. Antes se decía que "el Estado es el primer ladrón", quizá no tanto, pero lo que no se puede admitir es que se convierta en el guía que marque el sendero por el que debemos avanzar, porque únicamente maneja el concepto de la limitación y de la prohibición.

Esto no ocurre en España solo, sino en Europa entera maestra y ejemplo otrora. Dos indudables adelantos de esta Europa antes admirada, nos llevan ahora a estas crisis que sufrimos: el siglo XVIII en un gran avance tan beneficioso, abrió el camino a la razón, pero elevando, al propio tiempo el relativismo a dogma, lo que a fuerza de exagerar las nuevas ideas, observamos que la razón, por si sola, no da para más, y se queda sin posibilidades de elevación, al ras del suelo, incapaz de alcanzar alturas aceptables. Otro avance que vino con esa supervaloración de la razón es el liberalismo que, exagerándolo también, nos lleva a aceptar todo, hasta lo inaceptable para que la convivencia sea pacífica y provechosa. Y por fin, en el terreno de lo crematístico, fracasados otros intentos de organización alrededor de un socialismo siempre decadente, se abraza sin duda alguna, al capitalismo porque aparentemente viene con él la libertad, pero que al exagerarlo nos ha sumergido en esta crisis de la que tan díficil es salir. Con el inconveniente añadido de que a este sistema, al que tantas veces se le ha podido calificar de salvaje, tenemos que ayudarle a resistir para evitar adentrarnos en un vacío peligrosísimo.

En fin, cambios de todo tipo que asustan y hasta atenazan al espectador al hacerle víctima de tantos vaivenes de los que tan difícil es librarse. Unicamente, acaso, con un esfuerzo de ensimismamiento, recogiéndonos en la propia intimidad, al menos en algunos momentos podemos descansar de tantas avalanchas indeseadas.

domingo, 14 de noviembre de 2010

FUERA LAS IDEOLOGÍAS

Hablaba el otro día de un gran escritor español que brilló en la primera mitad del siglo pasado. Me refiero a Agustín de Foxá, conde de Foxá además para más inri y mayor motivo para tenerle ahora fingídamente olvidado casi por orden gubernativa. Era de derechas y falangista además como para perdonarle y poder admirar su obra. . Es una lástima que en tantos órdenes se viva en la actualidad con el sambenito de la ideología que incapacita para considerar y aceptar cualquier otro rasgo de la personalidad de la gente que destaca. Pasó también antes. Con Franco hubo un tiempo, corto gracias a Dios, en que se intentó ocultar la radiante poesía de un García Lorca, por ejemplo, de un poeta tan luminoso al que, por fin, no tuvieron más remedio que abrirle la puerta de par en par e incluso ponerle la alfombra roja destinada a las personalidades. Un poeta que nos cuenta, y cómo lo cuenta, elevando a la mayor altura la más sencilla historia. Por ejemplo ésta en la que narra que "en la noche de San Juan y casi por compromiso" se llevó al río a la que creyó "mozuela, pero tenía marido" y con dos frases, tan solo con dos frases: "Se apagaron los faroles y se encendieron los grillos", consigue trasladarnos en un instante de la ciudad al campo abierto de alto cielo en una serena noche tan cuajada de estrellas sin que haga falta mayor explicación.

Fue la de aquella época una muestra más, inicial al menos, de intransigencia azuzada por los extremismos ideológicos que llevan hasta la barbarie y la sinrazón. A Pedro Muñoz Seca, el autor del "Don Mendo" y creador del género denominado "astracanada" sin manifestaciones políticas conocidas, lo encierran en Paracuellos y es víctima de los asesinatos masivos allí perpetrados. Y Carrillo -no consigo silenciarlo porque todavía se le acepta como a un pensador político- al menos sabía lo que allí pasaba. Era 1936 el mismo año en que se asesinaba a García Lorca. Los dos extremismos y la misma barbarie.

En fin, hay otro poeta destacado que no se olvida y todos, de un lado u otro del espectro político, se recrean ahora con sus obras. Me refiero a Pedro Hernández que dentro de la considerada Generación del 27, mirándose en Góngora o Garcilaso, nos brindó sus versos. Ahí están "Perito de lunas" por ejemplo entre otros y su drama "Los hijos de la piedra" sobre la revolución de Asturias del 34. Sus obras se difunden ahora con amplitud. A Pedro Hernández no lo matarón, pero sí murió en la cárcel en la que fue encerrado al final de la Guerra Civil.

Pedro Hernández fue un poeta y sin duda también un patriota amante de su Patria. La amó abrazado a sus sinceras ideas que juzgaba justas y provechosas. Igual que Agustín de Foxá al que pretendo sacar hoy a la luz de mi Horadada, ahora MISMO, en esta hora dada. Foxá fue diplomático de profesión y de adscripción falangista que era, en su tiempo, otra forma de amar a España muy al día en el afán de acabar con las injusticias y el atraso imperantes. Respetémosle tanto como a Hernández. El liberalismo, eso de que tanto se presume actualmente, nos obliga.

Pero dejando a un lado el campo político en que cada poeta o literato militara, lo que ahora nos puede importar es su obra, lo que puede mantenerle siempre actual. "La niña y el caracol", "El gallo y la muerte", poesía de tendencia modernista constituyen un ejemplo de su veta poética. También se adentró en el teatro y aún la novela. En la actualidad yo me recreo con su sorprendente libro de viajes, "Por la otra orilla" se titula, se trata de la americana y no resulta un libro de viajes corriente en que se cumple con trasladar al lector la estricta realidad de lo que se ve como si de una fotografía más menos descriptiva se tratara, no, Foxá hace eso, pero pasándolo antes por su aguda, profunda y sabia apreciación, llena de bellas imágenes y su extensa cultura.

Ahora, hoy exactamente recorro en tan buena compañía, y tan sabia, la zona del Alto Perú y acompañamos "a los cuzcanos con sus irizados ponchos rojos, con su gorro como una cresta...y a las mujeres con su sombrero del XVIII", acudir a Misa "y entre ellos, con voluptuoso andar, iban las llamas femeninas con pendientes en las orejas.." "y no se atreven a gritarles "¡arre!", como a nuestros pacientes rucios. Se limitan a susurrarlas en el oído dulces y misteriosas palabras "quechuas"...que ellas conocen". Y ahí me encuentro. Ya estuve en Bolivia, en Chile y en Argentina. Y hasta en la Antártida, "ese enorme continente del tamaño de Suramérica, que la Providencia ha envuelto en papel de celofán de hielo como regalo a las futuras generaciones", tal como nos la presenta Foxá. Y me espera Venezuela, la de antes a Dios gracias, con los Chávez aún ocultos, Colombia, Panamá, Costa Rica, todos los restantes países hispanoamericanos para terminar en La Florida tampoco tan alejada de nostros. Me lleva Agustín de Foxá, nada menos, falangista sí, en su época media España lo era. Y luego, quizá, como descanso de tanto viaje, me acerque a Pedro Hernández, republicano como lo fue la otra media España, a recrearme con su poesía que mira a Garcilaso, ligera y en él, me atrevería a calificarla de popular en su mejor acepción. Tengo esa suerte que algunos desprecian. ¿Las dos Españas? No, la España auténtica, la España entera, la que importa.

sábado, 13 de noviembre de 2010

EL CAMINO

Ya sé que "se hace camino al andar", nos lo recordó Machado, y nos lo cantó Serrat. Pero observo que no es tan fácil esa labor de hacer camino. Lo diré con franqueza aunque se me tache de poco imaginativo. Para hacer camino hay que andar y andar y por el mismo sitio, casi monotonamente hasta que en el suelo, las pisadas apisonen el terreno para que el camino sea una realidad y sirva para algo. Quizá por eso el propio Machado, para evitarse trabajo tan pesado, nos confiesa: "Yo voy soñando caminos de la tarde". Así cualquiera pienso yo, porque de esa forma podía recrearse siquiera con la imaginación ante "las colinas doradas, los verdes pinos" como en realidad hacía y evitarse, como también dice, los "ariscos pedregales" y las "calvas sierras".

Pero en fin, estarán de acuerdo conmigo de que todo lo dicho por Machado son bellas divagaciones poéticas que en el fondo vienen acompañadas de un cierto riesgo de que nos encarrilen hacia ese punto "mudo y sombrío" que también él nos decribe, en el que, sin duda, surgen divagaciones variadas, casi filosóficas, es decir, hablando en plata, nos lleven a la confusión en que, confiesa él asímismo "la tarde más se oscurece" y "se enturbia y desaparece", mientras uno, tantas veces pobre caminante sin ruta, trata, acaso, de vislumbrar alguna aceptable que le lleve en la dirección adecuada, sin el peligro de quedarse a medio camino, más indeciso, sin saber para donde tirar.

Porque esa es otra, las complicaciones aumentan si pensamos que hay que acertar en la dirección adecuada para llegar a algún lugar. Y aquí puede surgir otro interrogante. Porque uno, con su vida a cuestas debe tener alguna iniciativa, buscar alguna posibilidad. Existe la frase hecha, "abrirse camino". En muchas ciudades, cuando se llega a su extremo, suele surgir una plaza que denominan de cuatro caminos. Ahí está fácil, sólo cuatro y además te los indican con una flecha. En la mía se puede elegir entre ir a Palencia, a Burgos, a Oviedo o a Bilbao. Pero hay que tener algún motivo para elegir alguna de ellas.

Ha habido personas que lo tenían muy claro, tanto que hasta se atrevieron a escribir un libro indicándolo. Uno de estos libros, para que no haya dudas sobre su intención, se titula así "Camino" y lo escribió don José María Escrivá. Pero su autor, ahora ya reconocido santo, lo tenía tan claro que se atrevió a denominar su obra aquí en esta tierra, Opus Dei, obra de Dios, nada menos. Su comunicación con las Alturas le debieron avalar para atreverse a tamaña empresa. Y tuvo éxito en el cielo como se le reconoce y en la tierra. Sus seguidores son muy numerosos. Y algunos esclarecidos. Los españoles pudimos comprobarlo cuando personajes del Opus, entonces no abiertamente declarados -ignoro la razón- , los Ullastres, los López Rodó entre otros, elegidos en tiempos de la Dictadura para mejorar nuestra pobre economía, lo consiguieron de verdad y a partir de 1960 el crecimiento superó incluso todas las previsiones de los planes de desarrollo que se hicieron. Sabían el camino a seguir, el camino, con el "Camino" en la mano, qué suerte.

Pero no es tan fácil para el vulgo municipal. Yo sé que conviene ir decidido, chaqueta al hombro y mundo adelante, pero me sigo preguntando ¿hacia dónde? porque el mismo poeta lo confiesa: "Caminante, no hay camino". Y por supuesto él no lo descubrió, al menos el conveniente. Acabó en un campo de concentración donde los franceses, nuestros "amigos" acogieron a los pobres españoles que huyeron al acabar la Guerra Civil (mejor sería decir incivil).

Llegados a este punto hay que cambiar de chip aunque no sea más que para tratar de conservar la poca o mucha salud mental que quede. Y no es tan difícil, podemos conseguirlo sin salir de la familia, de la de Antonio Machado me refiero. Ahí está su hermano Manuel, un gran poeta también, quizá incluso superior a Antonio, aunque menos jaleado, sin duda porque era de ideas más conservadoras y, ya se sabe, si no eres de izquierdas, vales menos. Ahí está también el gran Agustín de Foxá, una de las cumbres de las letras españolas en la primera mitad del siglo pasado y del que no permiten ni acordarse de él de una manera oficial. Nosotros sí los recordamos y les leemos, a los dos. Y por eso ahora, con Manuel Machado podemos alegrarnos mientras intentamos seguir repitiendo con él, optimistas ya, sus versos: "Vino, sentimiento, guitarra y poesía/hacen los cantares de la patria mía". Pues eso, a cantarlos, es la solución.

jueves, 11 de noviembre de 2010

CON LA PANZA LLENA

Hoy comeré pote. Ya sabemos que un pote es un puchero, pero alude también a un sabroso y completo plato antiguo y familiar. Pote llamábamos, al menos en mi infancia santanderina a lo que en la actualidad se denomina cocido montañés y que ha pasado a ser el plato típico que nos ofrecen, igual en verano que en invierno, en la mayoría de los restaurantes de mi tierra.

Ahí están el pote gallego y el pote asturiano también que conservan su nombre de siempre. El cocido montañés, para mí el antiguo pote, según Martín Ferrand es el cocido castellano que en Cantabria han cambiado de denominación y lo apellidan montañés, apropiándosele en ese afán a que nos conducen las dichosas autonomías de diferenciarse unas de otras, con lo que se hace el rídiculo la mayor parte de las veces. No sé que razón tiene Martín Ferrand, maestro en gastronomía entre otras pericias, porque a pesar de nuestro abolengo castellano que ahora quieren desconocer allá en la antigua Montaña, la de Burgos exactamente, la llamada olla del interior de Castilla es diferente, no lleva alubias por ejemplo sino garbanzos, zanahorias, cebolla, espinacas y hasta pan frito y huevos duros, lo que no está nada mal.

Pero fijémonos en el Norte. Remontémonos a más allá de nuestra era hasta encontrarnos con el griego Estrabón que en su Geografía, en el tercer tomo dedicado a Hispania, no hace diferencias entre todos los habitantes del norte peninsular, desde los vascos hasta Galicia, y lo comprobamos ahora también porque lo vemos reflejado, entre otras cosas, en el tema de la alimentación. Manda la geografía. Los matices que pueden observarse nos enriquecen. Así al pote asturiano que hacen en Ribadesella, por ejemplo, no le ponen repollo o berza como en mi tierra, sino acelgas y en otras parte de Asturias hasta le enriquecen con castañas y hasta con lacón, lo que nos transporta hasta las tierras gallegas.

Pero fijémonos en el cocido montañés, en mi pote: se distancia del madrileño y del maragato por ejemplo y hasta del lebaniego tan delicioso con sus garbanzos pequeñitos que se puede saborear en Potes, por ejemplo mientras nos elevamos con la vista hasta las altas cumbres de los Picos de Europa nada menos. El montañés se nutre sobre todo de alubias blancas y berza, alguna patata y para enriqucerlo se apela al llamado compango, es decir, al chorizo, morcilla, costilla y tocino, todo procedente, antes desde luego, de la matanza del pobre chon (del cerdo) tan próximo, engordado para ese fin.

Pero que difícil elegir entre manjares tan familiares, los potes gallegos o asturianos, los cocidos lebaniegos, maragatos o montañeses y ya en Castilla con su olla tan completa. Lo dice el refrán, después de Dios la olla, lo demás es bambolla. Pero yo hoy me he apuntado a mi pote de siempre que, un consejo, alcanza su perfección si le dejamos dormir una noche ya hecho para poder disfrutarlo al mediodía siguiente. Después, claro, se impone una siestecita. Y no me tachen de perezoso, hasta Lope de Vega nada menos, el monstruo como le llamaba Cervantes por su laboriosidad literaria, se la echaba después de saborear casi a diario por lo visto una sabrosa olla seguramente aderezada con su correspondiente compango.

lunes, 8 de noviembre de 2010

DE AQUÍ Y DE ALLÍ

Llegó el Papa y dijo lo que tenía que decir, justo lo que no quería oir Rodríguez que, por eso, se fue a la no guerra de Afganistán y se puso un chaleco antibalas, no sé si para evitar los proyectiles que en esa no guerra podían alcanzarle o para blindarse del exterior y seguir con su discurrir particular alejado de todo lo urgente, de todo lo necesario, de lo que necesitamos los sufridos españoles y seguir pensando únicamente en lo que acostumbra, lo destructivo, lo más absurdo, por ejemplo en prohibir lo que califica de juegos sexistas de los niños, o perder el tiempo en cambiar el orden de los apellidos, en un afán de acabar con esta sociedad patriarcal tan injusta según él.

Mientras, el Papa cumplió con su misión. Conocía lo que ya sufrimos los celtíberos de los años treinta y su derivación actual. Habló de la fé que es lo suyo, de los matrimonios naturales, los de siempre, de los abortos, pero sin abandonar su tono suave, pero agudo y certero que acostumbra. Y nos siguió convenciendo a los ya convencidos que le aplaudimos. A los otros creo que no. Los canales de televisión estatales parece que únicamente ofrecieron la noticia justa, imprescindible, imposible de evitar de todo lo acontecido. Y ya pasó, Su Santidad se fue con sus razones de peso y nos quedamos con Rodríguez. Un Rodríguez tan oculto detrás de un Pérez Rubalcaba, el de Solares, que parece mangonear el cotarro en la actualidad, que apenas podemos entreverle perdido como parece lanzando sus sonrisas al aire de la nada. Y el cierto silencio que siguió a la marcha del Papa, solo se rompió con las declaraciones de Felipe González al diario "El país" donde confesó lo que acaso debería ser inconfesable si no se acompaña de algún tipo de arrepentimiento, de un acto de verdadera atrición, suficiente ahora que parece que los Gal, los Filesa, los secuestros, etc. ya han prescrito.

También nos pronosticó el tal Felipe una segunda crisis, una recaída de la economía que dajaría, digo yo, más tambaleante el panorama. Y el sufrido ciudadano, mientras, más indefenso si cabe y con su pesimismo agigatándose, camina hacia final de mes que, tantas veces, parece que se alarga más y más, mientras sufre y aguanta con pasmosa docilidad, el autoritarismo que sufrimos, en el que cíninicamente se permite lo que llaman libertad de expresión para, si apetece, gritar a Rodríguez incapaz, falso, y vendidos a tantos que le aplauden vergonzosamnte, porque les trae al pairo lo que les digamos, mientras puedan imponernos con imperio sus absurdas elucubraciones en este nuevo modelo de dictadura que han creado.

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Otro cambio que nos impone esta vez la Real Academia de la Lengua, la que pule, fija y da esplendor. Ha decidido -como sabrán ustedes- introducir nuevas normas ortográficas. Sobre todo en los acentos. Y yo ahora porque de algo tengo que escribir, me atrevo a indicar a mis admirados académicos que las nuevas normas podrán acarrear alguna confusión. Un ejemplo: Si yo decía hasta ahora, "voy solo hasta allí", dejando a ese solo desprovisto del acento gráfico, indicaba que no me acompañaba nadie, que marchaba sin compañía alguna; pero si anunciaba que "voy sólo hasta allí", con el acento en ese sólo correspondiente a su función de adverbio, dejaba muy claro que llegaría únicamente, sólamente hasta un punto indicado, hasta un determinado lugar, independientemente de la gente que me acompañara.

Y hay otro cambio más chocante si cabe, la nueva denominación de nuestra i griega de toda la vida. Desde ahora, no sé la razón, se la llamará ye. Y otro lío que se me viene a la cabeza con el cambio. Imagénense que se está enseñando a un niño:

--Escribe, niño, "El señor y el perro caminaban juntos"-- ordena la profesora.

Pero el niño se traba en la "y" y la profesora le indica que tiene que escribir una ye. Lo que al pobre muchachito acabará por confundirle más y preguntará:

--¿Una ye que se dice y, seño?.

O acaso la labor de la conjunción copulativa, hasta ahora griega se la pasamos, siguiendo el orden histórico, Grecia primero, luego Roma, a la i latina. Un poco raro parece. Ya nos lo aclararán los doctos, digo yo.