Cumplir noventa años es un record en todos los sentidos para muchas cosas, incluso para algunos árboles. Solo las tortugas, creo, lo toman como algo normal dentro de su naturaleza y, quizá, los loros que yo sepa. Pera nosotros los pobres humanos con fecha de caducidad limitada, es un gran éxito, sobre todo si esos noventa años se cumplen lúcidamente y con una sonrisa como de complacencia por el deber cumplido. Tal es el caso del admirado Nelson Mandela, el negro nacido en el Transkei, región de la costa surafricana que mira al Índico.
A Mandela le conocí casi sin verle porque seguí su trayectoria con atención. Era y es un hombre con gran atractivo personal. Desde joven se distinguía. Era, es todavá, un hombre delgado con una forma armónica de moverse y se le adivinaba entonces un cuerpo fornido como corresponde a una persona que practicaba el boxeo como aficionado. De sonrisa franca y amplia, parecía callado a pesar de su fama de buen comunicador desde joven bien reconocida.
En 1961 tuvo el primer juicio junto a otras 27 ó 30 personas acusadas de un delito de alta traición, cometido según el fiscal en 1956 aunque, afortunadamente, no se pudo probar. Pero Mandela, abogado de profesión, sí era también un activista que pretendía acabar con la dura segregación -el apartheid- a que estaba sometida la población de color. Pertenecía al ANC (African National Congress) y ayudó a fundar una organización que, en vista de lo inútil que resultaba la protesta pacífica, utilizara la violencia. Se trataba de la "Umkonto we Sizwe", La Espada de la Nación que mientras dispuso de un "liderazgo responsable" , el suyo, evitó la ola de terrorismo que luego, ya sin él. se desató de forma tan condenable y cruel.
Posteriormente cuando consiguieron condenarlo, lo que le llevó a pasar 28 años encarcelado acusado de comunista, explicó ante el Tribunal que le juzgaba que él no lo era, "aunque a menudo -dijo- ha habido una cooperación estrecha con el Partido Comunista". Pero añadió fue "meramente prueba de una meta común, en este caso acabar con la supremacía blanca", lo mismo que hicieron en su caso -explicó- Churchil y Roosvelt para acabar con Hitler, aliarse con la URSS. No estuvo mal la compación.
Su personalidad era ya entonces tan destacada que, aún encarcelado, parecía estar presente, sin embargo, no ya para los suyos, sino incluso para su carcelero, el Gobierno afrikaans. De tal manera que cuando ese Gobierno presidido por Botha, comenzó su política cosmética tratando de negar la evidencia de una dictadura racista, hubo de entrevistarse con Mandela. Y cuando ya libre comenzaron - impuestas por los poderes fácticos internacionales, una vez aniquilada la URSS- las conversaciones para la democratización, el presidente De Klerk tuvo como único interlocutor -Butelezi no contaba- a Mandela, un personaje tan reconocido, tan arrollador a la par que amable y sonriente, pero siempre exquisitamente firme en sus ideales, que fue la figura central del cambio al que De Klerk, con el mundo expectante, tuvo que doblegarse y pasar a ser él, su partido y su gente blanca, un grupo más en el mosaico de pueblos que palpita en el Sur de Africa.
Fue entonces, aquel día en que se alcanzó el acuerdo con la victoria de todos, ya al anochecer y la luna festiva al parecer también lucía en lo alto redonda y enorme, cuando se oyeron miles de voces por el amplio veld, entonando el "Nokosi sikelele Africa" el Dios Bendiga Africa y, para todos, resultó difícil contener la emoción.
miércoles, 13 de agosto de 2008
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1 comentario:
La otra condena que tuvo que padecer Mandela fue la de su Santa que al final resulto no ser tal.
Cami
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