martes, 2 de diciembre de 2008

MÁS SOBRE LOS DOLORES

Me gusta escribir la palabra Patria, también Hispanomérica o Iberoamérica, no Latinoamérica. Me gusta destacar las glorias de nuestra Historia. Y me gusta y me recreo en ello por todo lo que me sugieren. Y también, lo confieso, por llevar la contraria a tanto progre actual, intelectuales de pacotilla que no aportan nada porque niegan todo lo que suena a positivo y han desterrado de su léxico tales palabras. Y al notar a esos progresistas, oirlos, verles, me uno al hallazgo unamuniano que resume de maravilla todas las sensaciones que se me despiertan, y también "me duele España".

Esto del dolor por España viene de antiguo. De manera ostensible desde mediados del XIX. Desmembrado ya prácticamente el Imperio, con sólo Cuba, Puerto Rico y Filipinas, con la Guerra Carlista en plena ebulición, con, sin embargo todavía, una gran proyección exterior siempre costosa: guerra de Africa, anexión de Santo Domingo, intervención en México, Guerra del Pacífico contra Chile y Perú; con Amadeo I que llega y se va, hastiado supongo; con una Primera República que necesitó cuatro presidentes en los once meses que duró; con todo esto, el optimismo se apaga y surgen los efectos del dolor patrio. Ya Galdós que hereda de Larra la preocupación nacional, propugna el progreso que entiende nos traerá el liberalismo. Ganivet, por su parte, siente vivamente la decadencia española y propugna una "reconstitución interior", concentrando en España todas nuestras energías. Costa desde su preocupación, resume su consejo: "Despensa, escuela y siete llaves al sepulcro del Cid", metas que se han mantenido en el recuerdo.

En estas estaba ya España, cuando las batallas de Cavite y de Santiago de Cuba, desfavorables para nosotros, nos acarrean la pérdida definitiva de los restos del Imperio y surge el desconsuelo del 98. Un desconsuelo, sin embargo, me atrevo a decir, que trae la reacción tan valiosa de destacados pensadores. Surge un Unamuno, ahora tan citado, y nos dice que "hay que aspirar, de todos modos, a hacerse eternos y famosos no solo en los presentes, sino en los venideros siglos", lo que anima. Y un Azorín y un Baroja que en su preocupación, nos enseñan a apreciar la España íntima, nuestra España. Y un Ortega que nos analiza en su "España invertebrada" y propugna la europeización espiritual de España. Y un Menéndez Pelayo que al enumerar nuestras glorias a través de los tiempos, termina: "Esta es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los arévacos y de los vectones, o de los reyes de Taifas", lo que ojalá no sea una profecía vista nuestra realidad actual de la dispersión regional y de la negación de gran parte de nuestro pasado, que tanto duele.

Pero para que el dolor al menos se suavice, acerquémonos al nicaragüense Rubén Darío que con su modernismo nos acerca la renovación literaria, y con sus sonoros versos nos infunde un optimismo tan necesario, porque lo que él cuenta persiste: "Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda/espíritus fraternos, luminosas almas ¡salve!". Que se completa así: "Que la raza está en pie y el brazo listo/que va en el barco el capitán Cervantes/¡Y arriba flota el pabellón de Cristo!".

Esta última estrofa habrá que quitarla, claro, no vayan a verla los niños en las escuelas. ¡Qué dolor!.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que tristeza no poder nomrar a Cristo en las escuelas. Que envidia de los EE.UU. donde se invoca a Dios a pesar de la diversidad reconocida de creencias. Que raz�n tiene, Qu� tristeza.