martes, 15 de marzo de 2011

EN ESTE VALLE DE LÁGRIMAS

Y tantas como se han derramado por las tremendas consecuencias del terremoto y maremoto que conmueve a Japón y al mundo entero.

Veo que nos llegan estas desgracias como por sorpresa y hay que señalar que, lamentablemente, son desgracias anunciadas aunque sin fecha de llegada y que, por tanto, deberían ser esperadas con mucha atención. Los científicos duchos en estas verdades terrenas lo saben. La tierra, el universo entero responde a un orden según las teorías que muchos aceptan, mas este orden resulta impredecible en sus manifestaciones por lo que para el común de la gente bien se podría calificar, porque así lo ven, de un orden caótico si estos dos conceptos no fueran contradictorios. Y es que ese orden que vemos como un caos, responde a unas leyes siquiera físicas, establecidas y conocidas en su mayor parte con las que el universo entero se rige para su continuidad cambiante de aparente destrucción, seguida, sin duda, de un resurgimiento aunque quizá con nuevas formas y circunstancias. En el fondo, exactamente esto ocurre con la vida humana que es en definitiva un continuo trajín de venidas y de idas, digámoslo así para parecer más suaves. Aunque para vivir con cierto sosiego hay que aconsejar, confesémoslo, no pensar demasiado en esa realidad de la vida, hay que vivirla tan sólo. Seguir el camino que se nos abra sorteando los baches, a la espera de la solución salvadora al final de este "valle de lágrimas" como lo definió tan acertadamente San Pedro de Mezonzo en la oración que compuso, en la Salve.

En realidad, si bien se mira, este consejo quizá conveniente a nivel individual, se viene cumpliendo, muy peligrosamente, con el tema de los desastres naturales tan conocidos y repetidos en demasía. Japón tiembla, por ejemplo, aunque con baja intensidad, un mes sí y otro no por lo menos. Y ahí permanece este pueblo admirable por tantas virtudes conocidas, sabiendo que muy posiblemente puede llegar, como ha llegado, la gran tragedia.

Es que los humanos con nuestros adelantos, ensoberbecidos, nos hemos separado demasiado de lo natural, como si la Naturaleza fuera solo algo a lo que hay que dominar y no como ese algo tan importante, porque de ella formamos parte, en la que hay que vivir de acuerdo con sus leyes, aunque no sea más que para guarecernos convenientemente cuando necesario sea. Ante un desastre tan grande como el sufrido ahora, el hombre, impotente, no se diferencia mucho de un pequeño ratón: ambos sucumben sin remedio. Quizá la gaviota, tan previsora y que barrunta los cambios, se haya alejado lo suficiente y a tiempo como suele hacer, de la zona afectada, a la espera de que la tranquilidad la permita volver a su vida tan ajustada a lo natural.

El hombre no, desprecia parece a esa Naturaleza a la que pertenece y asienta su vida ayudado por la avanzada técnica que ha conseguido, construyéndose su habitat antinatural en unas zonas -Japón, por ejemplo, en este caso- de las que conoce su característica más llamativa y peligrosa: la inestabilidad sísmica, con lo que se convierte en la primera víctima cuando ocurre lo que tanto lloramos.

Hasta ahora, aparte de tantas desgracias humanas, sabemos que Japón, por efecto del terremoto, se ha acercado unos metros más al continente como queriendo buscar cobijo más seguro. También nos cuentan que el eje de la tierra se ha movido unos centímetros. Yo no sé que puede ocurrir con tanto vaivén, si a la larga o la corta pasará factura o no. Mientras, las centrales nucleares amenazan. El resultado lo sabremos pronto. Acaso un apocalipsis para muchos, Dios no lo quiera, pero el comisario europeo de Energía, lo ha pronosticado. Quizá se pase, ojalá.

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