viernes, 4 de marzo de 2011

DE NUEVO EN CAMISA DE ONCE VARAS

En camisas de once varas", así se titulaba un artículo que el 29 de octubre del año pasado aparecía en esta Hora Dada donde a veces mi conciencia se entreabre. Bien, ahora vuelvo a retomar el mismo asunto como anteriormente, con la humildad de un cristiano de a pie, lego en casi todo y como verán sin duda, ignorante, pero que, sin embargo, como los atrevidos se permite en ocasiones opinar. El tema de entonces y que revivo aquí es el del divorcio y la supuesta e insuperable disolución, desde una posición católica, del vínculo matrimonial ya roto. Un problema social, casi epidémico que nos sorprende y entristece a tantos. Y ha sido el propio Papa, ese intelectual de primera línea que nos va abriendo caminos tan provechosos para la interpretación de la vida y de los comportamientos y señalando los peligros actuales en el mundo y hasta de la mejor comprensión de las Escrituras, el que me ha dado pie para insistir en el tema del que me ocupé en mi artículo citado del 29 de octubre pasado y que ahora resulta un complemento de lo que aquí pretendo señalar.

Próximo a publicarse -el próximo día 10 exáctamnente- la segunda parte de su obra, "Jesús de Nazaret", leo que con motivo de la exoneración de los judios de la muerte de Jesús por parte de la Iglesia, el Sumo Pontífice en su obra corrige al propio evagelista San Mateo cuando afirma que "todo el pueblo" (el judío, claro) pidió la crucifixión de Cristo. El Papa, tajante, asegura que con esta frase "no se expresa un hecho histórico". Y se pregunta: "¿Cómo habría podido todo el pueblo estar presente en ese momento para pedir la muerte de Jesús?" para asegurar a continuación que la verdad de lo ocurrido lo expresan mejor el evangelista Juan y, sobre todo, con más detalle Marcos, lo que da pie al Pontífice para afirmar categóricamente que "El verdadero grupo de los acusadores (de Jesús) fueron los círculos contemporáneos del templo y la masa que apoyaba a Barrabás".

Para el Papa resulta importante esta puntualización que hace y que corrobora lo que ya el Concilio Vaticano II proclamó retirando las acusaciones de deicidio contra los judíos que tanta persecuciones y sufrimientos ocasionaron a tan admirable pueblo durante siglos. Mateo, pues, no lo hizo bien, al menos así parece según los textos en uso.

Esas consideraciones me dan pie a mi para, con mi tema, acercarme hasta el propio San Marcos nada menos, al evangelio (10, 1-12) en el que trata del divorcio y a las puntualizaciones de Jesús que recoge, dirigidas a unos fariseos a los que acusa de "terquedaz". Dice así el propio Jesús según el evangelista: "Al principio de la creación Dios los creo hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre". De acuerdo como no podía ser de otra manera, la orden resulta tajante, "lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre". Pero observamos que el hombre no obedece siempre. ¿Obedeció Adán y Eva las órdenes de su propio Creador? ¿Se obedecen y cumplen siempre los diez mandamientos? ¿Se ha dejado de matar y de robar a lo largo de los siglos?.

También vemos que Jesús explica que unidos hombre y mujer "ya no son dos, sino una misma carne". Y así ocurre gracias a Dios tantas veces, aunque no todas por desgracia. Efectuada la promesa matrimonial, lo vemos tan a menudo, hombre y mujer siguen siendo dos muy notoriamente, no solo porque desde el principio hicieron separación de bienes, sino también de intenciones, actitudes y comportamiento. La orden de Jesús no se ha cumplido. La unión no se ha realizado en tantos casos e incluso cuando ha sido así, cuando la unión sí se efectuó, uno u otro o quizá los dos, la rompen tan frecuentemente. Es decir, no obedecieron el mandato de Cristo, tan claramente expuesto. Porque Cristo no dijo según San Marcos que la unión era irrompible, inseparable, sino que no fuera separada, rota por el hombre; bien claro está en el evangelio.

Dicho lo dicho digo ahora que doctores tiene la Santa Madre Iglesia que me sabrán responder como antes aprendíamos. Los intrígulis de la Teología pueden resultar laberínticos para un lego, pero considerado el tema como lo he hecho y atendiendo a lo que me dicta mi conciencia y entendimiento, debo añadir que el problema de las rupturas matrimoniales y sus consecuencias y derivaciones, debe de sacarse de la jurisdicion de los Tribunales en el que los doctores de la Iglesia tratan de brujulear (¿inquisitorialmente?) en las conciencias de los cristianos para dictar sentencias bienintencionadas, pero no sé si siempre acertadas como humanos que son. Los católicos tienen la confesión y, finalmente, el juició de Dios mismo. Con eso se arregla el cristiano para zanjar sus otros problemas morales algunos quizá muy graves, ¿por qué no los que puedan surgir del matrimonio en el que en tantas ocasiones alguna de las partes no es culpable de nada, sinó víctima únicamente?.

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