Yo, sin embargo, pertenezco a una época en la que no se facilitaba su lectura, más bien se impedía. "Eso no me lo pregunteis a mi que soy ignorante, doctores tiene la Santa Madre Iglesia que os sabrán responder", nos obligaban desde muy pequeños a contestar cuando alguien efectuaba una pregunta sobre algún tema al que no todo fiel cristiano tenía acceso que era la mayoría.
Cuando nos enterabamos en aquella España cerrada sin contacto con el exterior de que en muchos hoteles de países protestantes colocaban, como un servicio necesario más, un ejemplar de la Biblia en el cajón de las mesitas de noche, a los españoles de entonces casi nos parecía, al menos, un atrevimiento de esos luteranos tan impíos, protestantes, protestones.
A mediados del siglo XV apareció la imprenta. Antes la difusión de la lectura bíblica resultaba, por lo tanto, imposible. Después, cuando ya los ejemplares proliferaban, al menos en España y sus dominios, se dificultaba su difusión. "Doctores tiene la Santa Madre Iglesia que os sabrán responder"era también el lema. Y los doctores se guardaban para sí los hallazgos que eran capaces de obtener.
Pero felizmente los tiempos han cambiado. El Concilio Vaticano II abrió las puertas para que la razón fuera aceptada incluso en el campo de las creencias. Y ahora se pretende que hasta con la lectura de los diferentes pasajes bíblicos medite cada cual y saque las consecuencias de que sea capaz. Libertad para pensar nada menos. Los doctores de la Iglesia tienen ya menos tarea. Sus ideas pueden ser divulgadas y hasta el humilde cristiano puede tener acceso a ellas. ¿Y discrepar si llega a caso? Pues quizá sí. Ya el papa Benedicto XVI explico que el hablar ex-cátedra por su parte quedará sólo para muy escasos momentos.
Pero ahora con eso de que la razón parece adentrarse cada vez más en los todavía oscuros vericuetos de la realidad, se llega a situaciones en que el enfrentamiento con la fe se nos antoja ineludible. Yo creo, sin embargo, que es la ignorancia amalgamada con la intransigencia la que nos crea el problema en ambos sentidos. Con Galileo pasó por culpa de la Iglesia. A Miguel Servet lo quemaron vivo los duros calvinistas. Darwin y la evolución, se presenta como la negación de la Creación como obra divina. Y quizás, todo ello, sólo sea producto del vacío que encontramos entre nuestro concepto de la fé y las teorías que se van abriendo a medida que la ciencia camina y, que hay que decirlo, no siempre avanza.
Un ejemplo, fijémonos en el Génesis y en la creación. El texto bíblico con que comienza el Antiguo Testamento nos narra lo que ocurrió con la sencillez poética del que ya disfruta de su resultado, es decir, de la creación. Como el que describe el final feliz de un parto deleitándose con la criatura ya en brazos, pero olvidando los dolores y los problemas de su evolución. El primer día Dios creo...el segundo, el tercero...Mientras la ciencia que ahora se acepta, nos cuenta que hubo una explosión, el "big-bang" que dicen los ingleses, con lo que se inició todo. ¿No fue, acaso, ese el comienzo del primer día? Porque un día es también una jornada que es también un acto, incluso una temporada que no tenemos inconveniente en alargar su duración, tal la jornada veraniega, por ejemplo. Y día es también un momento y una ocasión. Así cuando decimos "el día en que se acepte"... Continuemos, el día que se acepte que esos días con que se enumera la Creación, se pueden alejar de las escuetas 24 horas que nos marca el planeta este en el que nos sontenemos, acaso podamos imaginarnos más adecuadamente los "actos" o "pasos" que nos trajo a la situación actual.
Después de la explosión, del "big.bang" vino la luz, nos dice la ciencia. Nosotros sabemos que "Dijo Dios haya luz. Y hubo luz". ¿Donde radica la diferencia?
Explica la ciencia que a medida que pasaba el tiempo, la materia se fue enfriando y la formación de nubes de átomos de gas de helio e hidrógeno permitió la formación de agrupamientos que condensándose formaron las galaxias y las estrellas, el universo, en fin. El Génesis nos lo cuenta así: "E hizo Dios la bóveda...llamó Dios a la bóveda cielo y transcurrió la tarde y la mañana del segundo día.
Y con estas comparaciones podríamos seguir y hasta tratar de conjugar otras narraciones. La del Diluvio, por ejemplo con la realidad científica que confirma el cataclismo que afectó a todo el planeta entre los años 6.000 y 5.000 a. de C. en que las aguas rebasaron su límite habitual. O fijarnos en el paso del Mar Rojo en que las aguas se separaron para permitir escapar a los israelitas de sus perseguidores. Lo que ya Estrabón, el geógrafo griego recogió en su tiempo, a la par que otros historiadores explican un fenómeno parecido.
Hay que tener en cuenta, además, que el Antiguo Testamento se comenzó a escribir en el siglo V a.de C. , en los tiempos de David y Salomón, tratando de recoger lo que brindaba tan prolongada tradición. Una tradición que, sin duda, llegaría sometida al vaivén de comentarios, interpretaciones y hasta olvidos. Por otro lado, si Dios creo un mundo todavía hoy en evolución, no pudo hacerlo con la varita mágica de los milagros instantáneos, sino con el condimento imprescindible de unas leyes inmutables que debían regir para siempre, lo que proporcionaría la garantía de la continuidad de todo lo creado.
Sea como fuere, hay una realidad, la creac ión existió puesto que aquí estamos. Benedicto XVI lo explica muy bien al enfrentarse a las dos teorías, la de la razón creadora o "la irracionalidad que desprovista de toda razón, produce extrañamente un cosmos ordenado de modo matemático e incluso al hombre dotado de razón". La casualidad irracional que acierta a crearnos tal como somos. Aceptando esto, se abre ante nosotros un vacío tan estremecedor que nos arrastra al desconsuelo de la nada.
Borremos, pues, esa idea y descansemos por hoy. También Dios el séptimo día, nos cuenta el Génesis, "descansó de toda su obra creada" Es tierna la frase por tan humana. Pero ¿podemos creer que Dios estaba cansado? Acojámosla, sin embargo, por lo que tiene de cercana y comprensible dentro del bello, ingenuo y reconfortante relato de la Creación no narrado por científicos, sino por creyentes, pero no tan alejados unos de otros.
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