Quedarse con uno mismo, ensimismado, pero dialogando con el que está dentro.
--¿Es que hay más de uno?
--Bueno eso queda en el misterio, porque los estudiosos del alma, apenas calan en lo importante. ¿Soy yo el mismo que nació hace casi 79 años? ¿Y del que fui en 1950 por ejemplo?
Hasta que me responda quien pueda saber de estas cosas me inclino a que si no somos los mismos, somos, al menos, sus sustitutos, cargados, eso sí, de recuerdos de las otras vidas. Con ese bagaje me observo. Quizá lo primero que se descubren son los límites, los límites de uno mismo. Llego hasta aquí. Si fuera otro mi límite sería distinto. No me refiero a los límites del cuerpo, sino a los auténticos límites de los sentidos y ahí, al contemplarlos sí que entra la duda. ¿Yo soy sólo yo o yo soy junto con los míos que llevo dentro? Porque si ellos se salieran de mi, yo, acaso, fuera otra persona, no sé si con otra cara distinta de la que se me ha ido formando -deformando- pero sí con otra realidad. Porque persona es máscara, la que se colocaban los actores griegos para representar a los diferentes personajes que trataban de interpretar. Luego ya, San Agustín, interiorizó el concepto y persona sirvió -sirve- para definir a cada individuo, aunque en realidad, pienso, no alejándose mucho del concepto primero de máscara. Cada uno vamos con la nuestra representando el papel que nos ha tocado o que queremos mostrar.
Y aquí, debajo o dentro de esta máscara, de esta persona que soy yo, observo un conglomerado de ideas y sobre todo de huellas que el tiempo con su paso -creo- ha ido dejando. Sin embargo, lo triste o lo incomprensible de todo es que ese conjunto de sensaciones con las que me defino, dependen en primer término -y es lo injusto- de un hígado, de un bazo, de un corazón... Es que uno se cree más importante que todo ese mondongo sanguinolento que me da la forma que tengo. ¿Surgiría por eso la necesidad, la certeza, de un alma, de su conocimiento? Parece que sí e incluso ese deseo de elevarse, acaso separarse de lo sólo material, del mondongo sanguinolento, dicho sea otra vez finamente a lo Bibiana, ha hecho que desde siempre se haya intentado "ver" al alma debajo de la máscara engañadora que nos hace personas. De todas las interpretaciones que conozco me quedo con la de Platón: "El alma aspira a librarse del cuerpo para regresar a su origen divino y vivir, entre las ideas, en el mundo inteligible".
Oido y aceptando a Platón creo que ha llegado el momento de poner punto final a todo esto, a mi ensimismamiento, y pasar a suplicar que esa aspiración que mi alma pueda tener de librarse de mi cuerpo (mondongo sanguinolento y todo) no sea muy acuciante y me permita por algún tiempito más seguir caminando conmigo mismo. Prometo no quitarme la máscara, seguir cumpliendo con mi papel.
sábado, 13 de junio de 2009
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