martes, 19 de octubre de 2010

EL NO SÉ QUÉ

De la duda, esa vacilación del ánimo que nos asalta tan a menudo, dicen que únicamente les surge a los seres inteligentes, así que tan contentos. Sin embargo yo sí me acojo a una certeza, la socrática, la de que "sólo sé que no sé nada" lo que puedo comprobar cada vez que me asomo al amplio horizonte de la realidad y de los interrogantes. La razón no llega a tanto como para entrever el meollo de cada momento, ese punto lejano o profundo motor de lo que pueda acontecer y de lo que seguramente acontecerá.

Desde mi roca Horadada, sólo reconozco la hora dada desde las alturas, donde el sol administra el tiempo. Tampoco me es extraña la luna con sus apariciones crecientes y decrecientes, mientras aviva las mareas, posiblemente pienso yo y se lo agradezco si así es, para que las olas se acerquen a saludarme, a la vez que también, según dicen, adelanta o atrasa, la luna no las olas, algo tan trascendental como los partos, entre los que, junto a un amplio número de seres normalitos que llegarán a este mundo, arribará también algún sabio, algún tirano, ¡qué le vamos a hacer!, y también algún poeta, que hay ser optimistas. Naturalmente, todo esto si la ministra Aido no ordena que destruyan los fetos, porque ella ignora que esos fetos sean seres humanos, que la Ciencia, dice, no está segura en este tema. Y por lo que se ve ante la duda tira por la calle del medio y aconseja y hasta facilita el aborto. Los antiguos romanos en cambio, sí sabían lo que eran esos fetos y, por ello, sus leyes defendían al "nasciturus", ya antes del primer año de nuestra era.

Es que la Bibiana como su grupo siguen las doctrinas racionalistas del XVIII en su sentido más exagerado, y aceptan que sólo la razón -la suya por supuesto- nos redimirá definitivamente y sin más miramientos utilizándola ella y sus compinches del Gobierno que no son, por lo que se ve y sufrimos, para tirar cohetes, intentan demostrar y argumentar lo irrazonable, es decir, lo que es imposible que los humanos honrados acepten. Con ello se entra de golpe en el terreno de la soberbia a la que se llega por el camino de la arrogancia y del desprecio y hasta del cinismo, ya que con tanta desvergüenza defiende y hasta impone ideas inaceptables. A Bibiana Aido no le inquieta la duda, la que asalta, dijimos, a los seres inteligentes.

A Joaquín María Bartrina, poeta que hemos traído ya a estas páginas desde su siglo XIX, se le calificaba, y lo aceptaba contento, de poeta de la duda y utilizaba la ironía para denunciar, precisamente, a los que creían que con el uso de la razón desentrañaban todos los misterios que presenta la existencia. Comienza un poema suyo, así: "¡Todo lo sé! del mundo los arcanos/ ya no son para mí/ lo que llama misterios sobrehumanos/ el vulgo baladí./ Sólo la ciencia a mi ansiedad responde,/ y por la ciencia sé/ que no existe ese Dios que siempre esconde/ el último por qué." Y acaba:"Mas, ¡ay!, que cuando exclamé satisfecho:/¡Todo, todo lo sé!.../Siento aquí, en mi interior, dentro del pecho,/un algo...,un no sé qué!...

Y a ese "no sé qué" es lo que la Bibiana y los suyos desprecian, eso que la razón humana no acierta a desvelar. Los charrúas, indios del Uruguay todavía en el paleolítico cuando los españoles llegamos allá, a Dios lo llamaban ""Tupá" que significa ¿Quién eres? adelantándose ya en aquella época, a la Teología más avanzada, humana siempre, incapaz por ello de entrever lo infinito.

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