Cuando se tratan muchas cosas inconexas y mezcladas, se denomina a ese posible engendro miscelánea que resulta muy socorrida cuando no se tienen fuerzas suficientes para tratar algún tema con la profundidad debida, aunque, sin embargo, si se disponga de las suficientes para picotear aquí y allí como un pájaro inquiento y quizá algo tontiloco. Y aunque me afloran varios asuntos que me gustaría siquiera rozar, por ejemplo lo de ZP que no quiere dimitir y los abucheos tan merecidos, pero prolongados en exceso en los momentos muy solemnes del desfile del Día Nacional que merecían todo nuestro respeto y consideración, aparte de dos o tres temas más los dejo todos para mejor ocasión. Ahora me voy a ocupar sólo de uno para que no me tachen de pajarraco. Será un poco por encima. Se trata de ese deseo morboso sin duda de husmear en osarios donde los muertos revueltos hacen imposible refrescar ninguna memoria histórica. Me refiero al destape de tantos restos humanos acontecido en el Valle de los Caídos. Se le ocurrió a la Flaca, a la Fernández que es, de todo el Gobierno, la que reune las condiciones físicas más ajustadas para tal dedicación.
A mi tan triste deseo sí me refrescó la memoria, sobre todo cuando me hablaron de unos libertarios allí enterrados que previamente claro -hay que hacer las cosas con orden- fueron asesinados por la tachada de oprobiosa. Y volví con la memoria a aquellos tiempos cuando los libertarios actuaban sin freno alguno. Defendía ese movimiento, en teoría, la libertad absoluta, sin gobierno ni ley alguna. Ilusión esta, sin duda, inalcanzable para todos y que desembocaba, en la práctica, en un anarquismo rechazable aderezado dentro del llamado comunismo libertario.
Tal Movimiento se organizó en 1938 y fue fundado, nada menos, que por la CNT, la FAI y la Federación Ibérica de Juventudes, todas ellas y destaco a la FAI y a la CNT en las que se encontraba lo peor de cada casa y de donde surgieron los grupos civiles armados (en Madrid consiguieron las armas en el mismo Cuartel de la Montaña) que aterrorizaban a la buena gente, prendiendo en un afán desaforado de venganza de clase a sus víctimas a las que sin acusación ni juicio alguno "daban el paseo".
Yo viví esa época y recuerdo cuando se presentaban en los hogares -en el mío lo hicieron una noche- tres o cuatro matones con pañuelo rojo al cuello y con unas escopetas asustadoras, con la pretensión de requisar y llevarse lo que les apeteciera, sino al mismo dueño de la casa con objeto de darle el paseo y un poco más allá descerrajarle dos tiros. Félix Schlayer en su libro "Un diplomático en el Madrid rojo", cuenta lo que se vivió en aquellos años de la guerra, sin que el Gobierno de la República tratara de cortar tanto desmán. Entonces lo que se dice vivir era tan sólo un intento de permanecer con vida, no cabía otra aspiración. Ese recuerdo que se creía olvidado, renace ahora con ese impulso que se trata de dar la memoria histórica, convertida, por lo que ve, en el fisgoneo de los osarios en una pura necrofilia que no es más que una afición por la muerte o alguno de sus aspectos, según explica el diccionario que también añade que puede consistir en una desviación sexual de quien trata de obtener placer erótico con cadáveres. No es el caso de la ministra claro.
miércoles, 13 de octubre de 2010
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