jueves, 3 de febrero de 2011

CON MARCHA ATRÁS

Eran los primeros años 40 del siglo pasado. Nuestra Guerra Incivil había acabado y la Guerra Mundial y Despiadada no había terminado. España, como era neutral, no sufría ya de bombazos y muertes, solo la necesidad hacía mella en los sufridos españolitos, testigos mudos y resignados de lo que acontecía pasados los Pirineos. Pero había humor gracias a Dios para imaginarse tiempos mejores, aunque esa mejoría fuera solo la ilusión de unos pobres que con poco se resignaban. Se cantaba entonces una canción que delataba la verdad de la situación. Decía así: "En el año 45/ según dicen los profetas/ será el año de la paz/volverán las vacas gordas/ los huevos a peseta y muchas cosas más..." En mi Santander, después del incendio del 41 que la asoló, se oían las campanadas del reloj de una iglesia -la de los jesuitas exactamente- que entonaba una muy bonita melodía religiosa, pero sin letra. La letra se la puso la gente de entonces que se sostenía únicamente con el racionamiento que daban cada lunes; una gente aquella creyente y esperanzada al menos en la Virgen y que le cantaba: "Del cielo ha bajado la madre de Dios/ a traernos patatas, azúcar y arroz". Y que se remataba: "Danos, danos, danos pan blanco..."

Y el milagro pedido con humor fue llegando, aunque lo hacía con cierta lentitud. En el 45 ya no se oía el eco de bomba alguna, pero las vacas siguieron flacas un tiempo más. La historia de los acontecimientos está ya en la memoria de todos y con ellos en el recuerdo aquí nos hemos plantado, en el 2011 nada menos que para mí tiene resonancias de futuro. Y nos encontramos con las vacas que no es que hayan enflaquecido demasiado este último par de años, pero que sí se las ve un tanto desmejoradas porque, en realidad, este supuesto viaje al futuro que hemos hecho, con muchas paradas, interrupciones y algún sobresalto que todo hay que decirlo, parece que nos está intruciéndo en un tunel, quizá en una especie de viaje al pasado en el que espero que no haya que pedirle a la Virgen patatas, azúcar y arroz, pero en el que, desde luego, no surge por lo que se ve, ningún profeta creible que augure tiempos de bonanza como en aquel 1940 de las bombas y el racionamiento. Es decir, nos falta hasta la ilusión, por lo que ahora parece que hay que ir a buscarla a la industriosa y desciplinada Alemania que nos la brinda y nos pide técnicos y personal cualificado. En fin la emigración de nuevo, España país de emigrantes, así hicimos América. Vaya consuelo. Y ya que estamos con canciones, cantemos una que por desgracia viene a cuento: "Adios mi patria querida, dentro de mi alma te llevo metida/ y aunque soy un emigrante jamás en la vida podré olvidarle..."

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo no soy de Santander, sino de Cádiz y pasé todo eso que cuenta, pero aquí abajo fue tan grande la necesidad que ni nuestra famosas "chirigotas" fueron capaces de retratar con humor la realidad que viviamos. Soy Alfredo Pérez del Olmo y le saludo. Le leo muchos veces y estoy de acuerdo con casi todo lo que dice.