Desde que las mujeres visten pantalones -digámoslo con claridad- los culos han dejado de ser un secreto, se adivinan. No hay que ir hasta Benidorm: ese de allí es generoso, aquel demasiado escualido, el otro, sin duda, excesivo. La mayoría, compruebo, no resultan académicos. ¿Pero es que hay también una academia que clasifica las posaderas?. No exactamente, pero sí existen unas medidas clásicas, como cánones no de belleza -que de eso, como de los gustos, no hay nada escrito- sí de la normalidad. No todos van a ser como los de las "Tres Gracias" tan necesitados de unas buenas clases de pilates.
Decían los clásicos, que lo medían todo, que un hombre como es debido debe medir lo mismo que siete cabezas una encima de otra. Algunos se pasan, como Gasol y otros no llegan. En los hombros deben caber una cabeza en cada uno. ¿Y los culos?. De esos no se habla porque resulta una oredinariez y forman parte de lo que denominamos las vergüenzas. ¿Y hay que taparlas? Al menos disimularlas, sí. Los cronistas españoles de la colonización de América enfatizaban en sus crónicas que los indios las traían cubiertas, lo que no hacen todos en la actualidad, ya ven ustedes, que las muestran con descaro tanto las de cintura para abajo donde debe comenzar la honestidad, como las del alma, donde debe surgir la honradez. Y tanto unas vergüenzas como otras campan libremente y se airean tanto que ya apenas nos escandalizamos al observar su proliferación.
Hay que aceptar, sin embargo, que las que podemos tachar de vergüenzas físicas resultan poco variadas. De las otras, las del alma, las hay para todos los gustos o mejor, para todos los disgustos. Los políticos, con su vida pública no pueden ocultar su repertorio de lo más variado que, algunos, no niegan. Tal, como simple ejemplo, el de un viejo, Santiago Carrillo que, encima, no se arrepiente de nada ni siquiera de lo de Paracuellos, porque él es ateo según explicó, con lo que parece que niega hasta lo que ya los clásicos griegos sabían y hasta trataban de encontrar su aposento dentro de cada cuerpo, me refiero al alma, por lo que quien no la acepta, no la reconoce, pasa a ser directamente un desalmado, con todo lo que la palabra expresa.
En fin, no profundicemos y aligeremos el tema, vayamos a lo del principio que hoy no me quiero alejar del camino de la frivolidad. Solo una consideración sobre la conveniencia de superar la desvergüenza y, como los indios, cubrámonos, aunquer no sea más que para dar la oportunidad a que la imaginación actúe como hacían los señores antiguos cuando se recreaban viendo pasar a las damas. Y eso que en vez de pantalones ajustados, portaban miriñaques, con lo que el esfuerzo de la imaginación tenía que ser grande. No como ahora que te lo dan todo resuelto.
jueves, 17 de febrero de 2011
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