miércoles, 8 de junio de 2011

LAS FALLIDAS NOVEDADES SALVADORAS

Me han faltado treinta años para vivir entero el siglo XX. Un siglo movido en el ámbito de las ideas que surgían con la esperanza de ser salvadoras y que resultaron condenables y hasta atroces tantas veces. Pero en realidad hay que aceptar que todos los siglos fueron movidos en uno o en otro sentido, porque cien años dan para mucho. Al menos para que la Humanidad cambie de postura y encuentre la que cree adecuada que le permita seguir su camino, hasta que resuenen las trompetas anunciadoras de la proximidad de la meta.

Mientras, a seguir probando. Esto fue el siglo pasado: una pura y repetida prueba comenzando con Marx que sembró el camino y una Revolución Rusa "salvadora", allá en 1917, con un triste resultado fallido y engañoso que se remató con una serie de purgas con las que un Stalin endemoniado sembró de más muertos su país y en los que asentó sus garras, que el mismo Hitler con ser este gobernante el asesino por excelencia. Hitler fue el resultado de un fascismo también "salvador" con que se impregnó media Europa necesitada de orden y disciplina. El fascismo en versión germana, el nazismo que incluso llegó a abrazarse -que no lo olviden los que escriben la Historia- durante cuatro largos años en una Francia que ha tratado de tapar su vergüenza de haber sido tan profundamente colaboracionista, después de ver que su país sucumbía en tan solo cuatro semanas. Y contando también en su triste haber, con miles de judíos perseguidos y sacrificados con tanta saña como la de sus hasta entonces enemigos, los nazis alemanes transformados ya en amigos. Pero esta verdad se oculta o al menos se disimula. De Gaulle, como un tenor de opera bufa, agrandó con los trinos de su propaganda la importancia de la escasa resistencia existente (sostenida en una proporción nada despreciable por los españoles republicanos cobijados en Francia en el 39), pero presentada ya oficialmente como la liberadora del país. Francia -¡qué habilidad!- salió de la contienda del brazo de los auténticos vencedores, los auténticos libertadores: Inglaterra y, sobre todo, EE.UU. Ahí está Normandía.

Con ello, con esa victoria, la democracia fue reinstalándose ya casi mediada la centuria en parte de la doliente Europa y se ampliaba el eco de su acierto hasta llegar, con uno u otro matiz y atención, al ancho mundo, aunque su implantación no siempre se consiguiera. En tantos casos era y es ahora sin duda, tantas veces, una democracia de nombre porque la libertad no brilló ni acaso brille tanto como se presume, ya que el pueblo perdió su identidad y pasó a ser ciudadanía y ciudadanos somos y así nos llaman y nos cuentan uno a uno y nos obligan y nos vigilan con lo que nos diferenciamos y nos separamos unos de otros. Dejamos de ser pueblo por lo que la unión y la rebeldía de Fuenteovejuna, tan necesaria muchas veces, se torna inalcanzable. Han acabado con cualquier intentona que se resuma en una incontestable y feliz frase de "Fuenteovejuna,- el pueblo- todos a una".

En realidad en el mundo "civilizado", al menos en Occidente no existen, en verdad, motivos para tanta diferencia como fingen entre sí los partidos serios, preponderantes. Todos aspiran a ocupar el centro. Ya el socialismo perdió su razón de ser al transmitir sus avances y conquistas sociales que han asimilado y hecho suyas las llamadas derechas, mientras ellos, los socialistas enroscados antes en la extrema izquierda, aceptan ya dócilmente al capitalismo, a la vez que el sentido liberal trata de impregnarlo todo y nadie se atreve a negarlo.

En fin, así acabó el siglo XX y ya en el XXI tan solo asoman como alguna novedad, esos que se denominan ellos mismos los "indignados", en realidad con tantos motivos para estarlo y, sobre todo, en nuestra España actual. Pero surgen como una protesta indefinida tan difícil de concretar porque acaso solo les une el descontento ante la ineficacia de unos gobernantes incapaces y falsarios. Es decir, solo tienen en común el enfado, la indignación y la desilusión pero les faltan claramente, las ideas, al menos las ideas claras.

Pero ya que nos fijamos antes en la Francia colaboracionista, volvamos ahora de nuevo la mirada hacia nuestros vecinos para observar a una rubia hija de un extremista que, sorprendentemente, con las ideas radicales de su padre, acapara, por el mismo descontento de aquí, mucha atención y tantas voluntades que la miran como a otra novedad también "salvadora" aunque, confesemos, de escasa entidad. Otra más, sin sustancia suficiente o con demasiada sustancia extremista.

Así que a esperar otra cosa al menos ilusionante. Nos queda mucho siglo todavía.

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