sábado, 13 de octubre de 2012

UN PASADO MUY ACTUAL

El olvido es la cesación de la memoria que se tenía, lo que tantas veces se debe a la pérdida del afecto. Ahora parece que se ha olvidado a un personaje imprescindible, cumbre en la investigación y crítica literaria, filosófica e histórica. Un sabio que puso todos sus conocimientos vastísimos al servicio de España, construyendo para siempre nuestra historia espiritual. Me refiero a don Marcelino Menéndez y Pelayo, imprescindible para conocer nuestro pasado y del que precisamente ahora se cumplen  cien años de su fallecimiento. Pero su obra no ha muerto y a ella debemos acudir si queremos  conocernos mejor. Ahí está "La Ciencia Española", un catálogo formidable de científicos negados en algunos sectores, porque toda su obra está dirigida a valorar la enorme importancia que el espíritu español ha tenido en la historia del mundo. Recordemos también a "La Historia de las ideas estéticas en España" y sobre todo la sorprendente "Historia de los heteredoxos españoles". A ella quería yo llegar, porque quizá las ideas allí expuestas adquieren sorprendente actualidad. Se asegura que la grandeza de España radica precisamente en la unidad. Y fijándose en ella escribe con la fuerza y la rotundidez que caracteriza a todos sus escritos: "Dios nos concedió la victoria y premio a nuestro esfuerzo perseverante, dándonos el destino más alto entre todos los destinos de la historia humana: el de completar el plantea, el de borrar los antiguos linderos del mundo". Y se regodea: "¡Dichosa edad aquella, de prestigios y maravillas, edad de juventud y de robusta vida! España era o se creía, el pueblo de Dios". Y así destacando nuestro quehacer, ("nada parecía imposible a aquellos hombres") se recrea cantando a tan sorprendentes triunfos, que basa, en gran parte, en nuestra raíz espiritual cristiana siempre destacada en la obra de don Marcelino y que, en aquella época, era innegable.  Acaso el olvido de su aniversario sea más que nada una pretendida negación de sus ideas conservadoras y religiosas no muy de moda entre tantos de los ahora tachados de intelectuales.

Pero mal que pese a tantos que clasifican a nuestras personalidades, verdaderas cumbres muchas de ellas,   según las tendencias de su pensamiento actual, a Menéndez Pelayo hay que acudir para saber con  profundidad la verdad de nuestro pasado, cuando España era "evangelizadora de la mitad del mundo" y "martillo de herejes". Y completaremos la visión del discurrir de nuestro pueblo acudiendo también, solo así,  a las obras que nos brindan otras lumbreras de cada momento, independientemente de sus tendencias. Además resulta un auténtico disfrute el recorrido. Fijémonos en otro gigante de la época, Angel de Ganivet que nos da una lección muy aprovechable para los momentos en que vivimos. Aparece en su obra "Idearium" y dice: "Una restauración de la vida entera de España no puede tener otro punto de arranque que la concentración de nuestras energías dentro de nuestro territorio". Porque él pregonaba la necesidad de una "reconstitución interior" a la vez que nos recuerda que nuestro espíritu de españoles se encierra en el misticismo, muy claro, creo, en los siglos XVI y XVII e incluso hasta el XIX y "en la dignidad con que soportamos la adversidad que  califica de estoicismo aunque puntualiza al referirse al  "estoicismo natural y humano de Séneca", ese con el que Ganivet aconseja que "ante los hechos mezquinos que forman la trama del diario vivir" hay que mantenerse " firme y erguido que al menos se pueda decir siempre de ti que eres un hombre".

Y siguiendo el interesante camino iniciado en el rastreo de nuestro pasado, nos topamos con un Joaquín Costa que viene a abundar en las ideas de la "reconstitución nacional" ya citadas, y que desde su inneglable y profundo espíritu patriótico pide la reorganización económica, se ocupa de la educación y solicitando el abandono de todo posible sueño imperialista, lanza su famoso consejo: "Despensa, escuela y siete llaves al sepulcro del Cid".

Y en el recorrido en que nos hemos enfrascado, llegamos hasta casi el final del XIX y nos topamos con el Noventa y Ocho en  el que no tuvimos necesidad de abandonar las ideas imperialistas, ya que  nos las arrebataron como parecía ineludible dada nuestra situación. Pero nació una Generación que reaccinó saludablemente a la conmoción sufrida  y que nos brindó, además de sus indudables éxitos literarios,  unas ideas nuevas sobre España que  enseñaron a considerar nuestra autenticidad y nuestros valores. Unamuno, Machado, Azorín, Baroja... nos destacaron la belleza de nuestros paisajes y desempolvaron  otras riquezas artísticas muy nuestras, a la vez que nacía una interesante intento de europeizción.

Y con todo, rescatado ya del olvido  Menéndez y Pelayo, mi primer propósito y recogidos los sabios consejos que también ofrecieron personajes ilustres como Ganivet, Costa y la interesante Generación del Noventa y Ocho, acerquémonos para acabar a otro personaje, el nicaragüense Rubén Darío, poeta, el más importante sin duda de su época, que también nos da un consejo muy a propósito para los tiempos que estamos viviendo en que se hace tan necesario no decaer sino  seguir siempre: "Y que bogue entre las olas espumantes,/y bogue la galera, que yo he visto/como son las tormentas de inconstantes/que la Raza está en pie y el brazo listo..."

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