sábado, 24 de abril de 2010

DE PASEO POR NUESTRAS BATALLAS

La vida es lucha que dijo, según creo, José Antonio Primo de Ribera y que me perdonen los justicieros de arrabal por citarle, pero es que en este caso tenía razón. La vida es lucha, demasiada, y a veces hasta lucha sin cuartel, lo mismo a nivel de las personas que a nivel nacional. Tanto es así que, atendiendo a las naciones, se pude seguir su historia fijándose en sus luchas, en las batallas en que han participado, ya que marcan, señalan los cambios habidos en el transcurso de los tiempos y nos indican claramente cada etapa.


Un paseo sin prisas por la Historia de nuestra Patria, enumerando sus batallas principales, las más trascendentales, es una forma clarificadora de conocer nuestro pasado. Empecemos el paseo, pero dejemos a iberos, celtas, fenicios, griegos, cartagineses y romanos. También a los visigodos, a los suevos y a los alanos. Todos ellos fueron nuestros antecedentes, los que nos formaron; de ellos venimos. Fijémonos para empezar en la primera batalla decisiva, rompedora, trascendente y que trastocó nuestro destino, el que se marcaba en toda Europa caída Roma. Se trata de la batalla de Guadalete con la que en el 711 se inició la invasión musulmana que dicen que fue muy rápida, pero que tardó siete años en completarse, lo que relativiza esa rapidez teniendo en cuenta, además, que gran parte de los españoles ni se enteró en un principio de lo ocurrido. Luego hay que señalar la de Covadonga entablada sobre el 718, que algunos tratan de quitarle importancia, pero que tan simbólica resultó para el renacer de España.


Tras ella vinieron, ya se sabe, muchas luchas, enfrentamientos sin cuento, moros contra cristianos, cristianos contra moros, paso a paso conquistando las tierras hasta que en 1212 con la batalla de las Navas de Tolosa, y con todos los reinos españoles unidos, se decide ya el éxito de la Reconquista y España, una vez libre de la amenaza mora se expande, se abre al Mediterráneo, a Italia como deseo y destino tan disputado también por Francia. La batalla de Ceriñola en 1503 pone las cosas más claras: se vence a los franceses y la infantería española alcanza la fama que, desde entonces, se reconoce en todo el ámbito europeo, mientras Nápoles pasa a dominio español. Fue el Gran Capitán el artífice que ese mismo año entablaría otro combate contra un poderoso ejército que Francia envío con el deseo de desquitarse de la derrota sufrida. Pero la suerte tampoco la acompañó. En la batalla de Garigliano que constituyó, se ha dicho, un paso decisivo en la estrategia militar moderna, los franceses sufieron otro descalabro total. Pero no cejaron, luego, veintidós años más tarde, en 1525 llegó otro enfrentamiento en la más conocida batalla, la de Pavía en que hasta se hizo prisionero al rey francés, Francisco I al que se trajo a Madrid. Durante dos siglos, la ciudad de Pavía, en a Lombardía, fue española.


Y sigamos, como vemos, con nuestro paseo triunfal recordando las andanzas españolas hasta otra batalla, la de San Quintín en 1557, cuyo balance fue: 2000 franceses prisioneros, 6000 muertos y poquísimas bajas españolas como claro contraste. Nuestra hegemonía, con todo esto, queda bien cimentada en Europa y muy reconocida. El Monasterio del Escorial se construye como agradecimiento por esta victoria y hoy queda como muestra clara de aquellos siglos y de nuestra fortaleza.

Pero el esfuerzo es continuo y amplio que la vida es lucha dijimos. Hay que ir hasta la América recién descubierta. Allá, en ese entonces tan lejano lugar del mundo, poco antes, en 1520 con la batalla definitiva de Otumba España acaba la conquista de México y nuestra presencia y asentamiento en la otra orilla se hace patente. Mas no hay descanso porque otros acontecimientos también trascendentales hace que tengamos que fijarnos otra vez en Europa y llegar hasta Lepanto, donde en 1571 se libra la trascendental batalla que aleja de Europa Occidental la amenaza turca. En esa batalla, recordemos nuestro Cervantes pierde un brazo, pero se basta con el otro para ragalarnos con sus obras y retratarnos en su Don Quijote y Sancho Panza.

Y al fin en nuestro paseo tenemos que cambiar de signo, no podemos evitarlo, hay que dar la cara y llegar hasta la población francesa de Rocroy de 1643. Allí sí, nuestras tropas fueron derrotadas y los historiadores de la época se sorprenden al comprobar la tenaz y dura resistencia de nuestra infantería hasta entonces victoriosa. Desde entonces, se dice, comienza el declive de nuestro poderío militar. Y deben de transcurrir casi dos siglos para que se corroborara esa decadencia. Fue en 1805 en la batalla naval deTrafalgar, esta vez debida sobre todo a la alianza con Francia y a la torpe y quizá cobarde actuación del frances Villeneuve que mandaba el bando aliado. La valentía de los Alcalá-Galiano, los Gravina y de otros reconocidos héroes, no sirvió para frenar al poderío naval inglés que, si bien perdió a Nelson, a partir de esa batalla se impondría en el mundo.

España ya no sería una gran potencia a pesar de todas sus posesiones, pero aún en Bailén fue lo suficiente para, en 1808, infringir a Napoleón su primera derrota europea que luego, con la alcanzada en Vitoria en 1813 conseguiría poner fin a la Guerra de Independencia y que el rey francés usurpador, huyera.


Nos quedaba América y Filipinas víctimas sin duda del desbarajuste interno por la recien acabada Guerra de Independencia, por las ideas surgidas en Europa, sobre todo en Francia y por la labor de la Masonería adentrándose en algunas mentes. Con todo se llegaría a que nuestra presencia en aquellas tierras tocara a su fin. Era 1824 y Sucre consigue la victoria sobre las tropas realistas en Ayacucho ¿Quienes formaban estas tropas realistas? En su mayoría eran peruanos, lo que convertía tanta lucha en una confrontación civil. Con ella acababa el dominio español en el continente. Ayacucho, en quechua, "rincón de muertos", y ese fue su fin.


Sólo Filipinas y Cuba permanecían unidas a España. 1898 fue el año final en lucha con los norteamericanos a los que, precisamente, ayudamos a alcanzar su independencia. A partir de esa fecha la Historia de España se hizo sólo española, doméstica sí, pero no tan domesticada según observamos. Por eso, en este final de nuestro paseo comprobamos que cuando nos entran ganas de pelear -lo vemos ahora- lo hacemos sólo entre nosotros. Y como parece que no tenemos agallas para intentarlo en serio, nos conformamos con reavivar y echarnos en cara, la última vergüenza sufrida, tan superada. Y en eso estamos actualmnente, desgastándonos.

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