Todo, como ven, demasiado amplio para abarcarlo y demasiado distante para dominarlo: las nubes, el viento, aquellos arenales inhóspitos, con lo que nuestras posibilidades se reducen tan sólo a unos cuantos gestos que se transforman en demostraciones de incapacidad, de impotencia para todo lo que trascienda un poco más allá de nuestro entorno. Así que conformándonos (es un decir) con lo más cercano, nos agarramos a unos cuantos chismes, casi de portería, y aceptándolos o rechazándolos, nos engañamos lo suficiente hasta creernos que nuestras miras pertenecen a alguien capacitado con una cierta vida intelectual de alguna consideración.
Mientras, el viento sigue con su labor: ahora por el Norte, luego por el Sur, y hasta juega a ser original y vira hasta un Nordeste frescachón o un Noroeste con ansias de humedad que los metereólogos aprovechan para sacar sus consecuencias.
Y han pasado tantos días, "¿Te acuerdas cuando...?"/"Fue hace poco"/"Calla, si han pasado quince años por lo menos". Si, han pasado seguramente o acaso no, porque son las nubes las que pasan y el viento que las domina. Lo demás permanece quieto, ¿petrificado?, no, acaso seriá más acertado decir impertubable, quizá espectante. Aunque la espectación es una espera con ribetes de tensión de algo que importa y no creo que el virar del viento pueda infundir ninguna ansia, ni siquiera a la veleta, un juguete más para él.
Claro que a pesar de todo lo dicho, hay que aceptar que nos quedan los gestos, los nuestros, para recordarnos y no olvidar nuestra realidad esa que a veces, reconozcámosla también aunque desmienta en parte lo asegurado más arriba, se nos presenta con su mejor cara, independientemente del viento que sople, en su más reconfortadora expresión y nos hace esbozar una leve sonrisa ¿de placer?, sí de placer y hasta de espectación diría yo negando lo pontificado antes. ¿No han notado a veces, ese como gusanillo tan grato rondarnos por los adentros, puntualicemos para ser sinceros por el mismo estómago? Es el apetito que no el hambre que se va a satisfacer con algún plato de nuestro gusto y que mientras llega, la sonrisa se amplía y la boca se convierte en lago de sabores.
Es que estamos vivos, claro, menos mal.
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