jueves, 30 de septiembre de 2010

EL POETA Y LA NADA

Hay un poeta -así se llama él al menos- aquí mismo que no sé si lo es efectivamente o sólo se lo cree porque a veces rima dos frases que no chirrían demasiado. Un tipo raro. Se le describiré a ustedes: resulta más bien bajo, ya un tanto barrigudo y presume, además, de tener el cuerpo cubierto de puntos suspensivos, como etcéteras interminables, dice. Los demás a tanto punto lo tachan de verrugas, pero él rechaza esa idea.

Es un poeta tan cercano que no puede evitarse caer en las garras de sus desvaríos que además como a veces, no siempre, vienen con rima, algunos le aplauden. Ocurrió con algo tan inaprensible como el concepto de la nada frente al ser. Hablabamos de eso. Él, el poeta en cuestión, se atrevió a lanzar su idea disolvente que se pertrechaba tras lo que denominó "Disimulo necesario". Y farfulló:

Sólo existe el silencio
que ocultan las palabras
cómplices del hueco mutismo
que llena el universo de la nada.
Palabras necesarias para sostener y dar vida al vacío
que todo lo llena
y que olvidamos para entendernos entre nosotros.

Demoledor en verdad lo que nos dijo. Pero yo en medio de mi turbación, supe salir por un huequecito que el poeta dudoso y el mal filósofo me dejó entreabierto. Se refería a la nada absoluta, negativa y disolvente como hicieron tantos filósofos tristes, pero lo hacía utilizando las palabras, con lo que el enfrentamiento entre la nada y el ser quedaba destruído. Reconocía la existencia, el ser, puesto que utilizaba el lenguaje con lo que quedaba la nada en su apreciación no sólo tratada más benignamente, sinó en su sentido más beneficioso, el que aceptamos la mayoría. Aprobaba sin saberlo la existencia de una nada relativa, tan necesaria para la existencia, puesto que de ella salió todo lo creado.

Con esto, con esta confusión nuestro poeta que no utiliza su inspiración para regodearse con los cantos de los pajarillos o con la belleza de los amaneceres precisamente, sino para adentrarse en retorcidos vericuetos de lo más sombríos, buscó la forma de entenebrecer la alegría de la creación que yo le esbocé iniciada desde la nada.

--Bien -aceptó- si existimos la nada desaparece y se llena de lo creado, ¿pero qué pasa con nosotros?.

Nosotros caminamos a buen paso hacia la eternidad, contesté rápidamente, con lo que el cercano poeta volvió a sonreir satisfecho con una buena dosis de malicia. "La eternidad -repitió- un sin fin, escucha". Y comenzó a recitar:

"Noche incierta, mancha sin sol,
luna sin alma, mineral,
camino incierto, pavor,
lejanía, inmensidad.
Ya sin día no hay días:
un instante prolongado,
peresistente, sin saliddas,
un especio sin sus lados.
Esto es la eternidad,
un no ser siendo, vaguedad.

Parecía con lo recitado que el aburrimiento en esa eternidad estaba garantizado, pero ese "instante prolongado, perisitente, sin salidas" que decía, se vió de pronto iluminado por mi recuerdo de la profunda y escondida creencia salvadora que el propio poeta tristón, tan cercano, tuvo a bien exponer en otros momentos . Busqué entre sus papeles y le leí ante su asombro, lo que él mismo compuso al narrar el paso a la otra dimensión. Lo titulaba "Tránsito" y decía así:

"Todo se alejaba,
ya no era más que yo mismo
que bastaba,
ya no era ni siquiera mi organismo
que sobraba.
Era yo sin envoltura,
sin figura,
era mi interior como en un vuelo,
era yo que caminaba hacía el cielo.

¡Eso, hacia la eternidad en el cielo!, casi gritamos los dos muy contentos con lo que tras un apretón de manos muy sincero nos fuimos a dormir muy beatíficamente, porque hay que comprender al poeta este tan cercano, es, sólo, un buen hombre que se divierte a su manera como puede con estos juegos.

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