lunes, 3 de noviembre de 2008

DE LA LIBERTAD Y LA TOLERANCIA

Me gusta ser liberal por lo que nos acerca a la libertad. Pero yo deseo disfrutarla con la Guardia Civil vigilante si es que tenemos que vivir en sociedad, es decir, amontonados en grupos de miles, de millones. Ahí tienen a Tokío, a Méjico D.F., a Nueva York, todos ellos tan asfixiantes si pretendemos abarcarlas en su conjunto.

Amar la libertad sin llegar, claro, al anarquismo, sueño imposible hasta tal punto que los ensayos realizados en este sentido llevaron, tantas veces, al fracaso y al delito. Porque el ansia de libertad debe relentizarse y contentarse con el liberalismo político que si bien se dijo que era pecado cuando el pueblo pretendió romper las cadenas, en este momento, ya digerido como tendencia y fracasado el socialismo como camino que lleve a la felicidad y la justicia, pero asimiladas también por todas las tendencias políticas modernas sus necesarias aportaciones, queda la idea liberal como la única aceptable, al menos políticamente hablando y de momento.

En esas estamos desde que en 1832 surgió como partido político en Gran Bretaña y dos años después en Estados Unidos y al fin en 1880 en España con Sagasta a la cabeza. Nosotros lo hemos sudado más que nadie para que fuera aceptado, pero ya está aquí implantado y reconocido si no como partido así nombrado, sí como postura que trae la liberalidad que lleve en la práctica a la libertad política.

Y llegado aquí, otra vez tengo que enfrentarme con tantos que se llaman socialistas y que de socialistas tienen tan poco, no tanto por tratarse de una doctrina fracasada que poco puede ya favorecer a la sociedad, sinó por la conducta disolvente y destructiva de unos individuos instalados por ahora en el Gobierno y sus aledaños, que la única consigna que han sabido airear es la tan cacareada tolerancia.

Tienen que tener en cuenta que tolerar puede ser en tantas ocasiones y así se define en su primera acepción, sufrir, llevar con paciencia y también permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente, quizá por no tener más remedio añado yo. Pero acercándonos a su concepto más noble, tolerancia es respetar las opiniones y prácticas de los demás, lo que está muy bien que eso es ser liberal. Mas cuando esa tolerancia por obra del Gobierno se convierte, como ocurre, en la supervaloración de lo distinto, de lo excepcional, de lo que puede considerarse hasta antinatural, e incluso se eleva esa excepcionalidad, tan minoritaria siempre, a ejemplo y paradigma, la tolerancia se prostituye quizá por la ganancia de unos votos, y empuja al país, a sus ciudadanos menos preparados, al envilecimiento. Tan es así que esos grupos minoritarios que se escapan de la normalidad del conjunto, consiguen ahora tener más voz que nadie. Y su presencia y su eco atosigan.

Yo les diría a esos grupúsculos que no armen tanto alboroto, que ya les toleramos y aceptamos, dense por contentos y sean discretos con su excepcionalidad, sean pudorosos. Y al Gobierno con tanto fantoche engreido y retorcido, que se fijen un poco más en la mayoría, en el pueblo tan cacareado y digan a esas minorías antes incluso intolerablemente perseguidas que dejen su constante exhibición y que se integren en el conjunto. Así se ha intentado con otras minorías, con los gitanos por ejemplo. (¿Les molesta la comparación? pues vaya con los tolerantes)). Seámoslo de verdad, es decir seamos liberales, para llegar a la justicia. Lo que ocurre es que si nos atenemos a sus fundamntos, el liberalismo y el socialismo se dan de patadas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La libetad del individuo, de cada uno de nosotros, el liberalismo como usted dice y tan bien señaló en otro blog. No el liberalismo salvaje, sino el humano. Eso deseamos.