Estoy muy contento porque ahora nadie me negará que soy un señor por partida doble. Me he enterado que señor equivale etimológicamente hablando a "más viejo" (¿más todavía?) porque es un comparativo de senex, viejo. Así que lo soy de condición (espero) y por longevo.
Los romanos lo tenían muy claro, los viejos respetables se iban al senado (no como ahora, a las residencias) y allí discutían de sus cosas. Ciceron con sus catilinarias: "Hasta cuando Catilina vas a abusar de nuestra paciencia" que traducíamos cuando los muchachos sabían hasta latín . Ante tan duras críticas se consiguió lo que no conseguimos ahora con Zapatero, que Lucio Sergio Catilina huyera, pero no sólo, sinó llevándose con él a 20.000 hombres nada menos, qué tío.
Con el tiempo no fue preciso amontonar años y más años para hacerse acreedor a la denominación de señor. Se consideró así a las personas respetables, lo que parece muy justo y a ella nos hemos acogido los que nos creemos gente de bien. Aunque es verdad que, así mismo, llegó el momento en que la palabra se equiparó a dueño y ahí la senectud, a la par que se enriquecía, pudo en algunos casos quizá, paradójicamente, perder o al menos mancillar el señorío. Es que la riqueza si se adquiere con demasiada rapidez se hace sospechosa, mientras que la senectud, es decir el señorío se consigue con tiempos de rectitud y ejemplaridad.
Modernamente en España se emplea cada vez menos esta palabra. Se da de patadas con el tuteo que utiliza cualquier tipejo al dirigirse a alguien que ya peina canas . Los hispanoamericanos, sin embargo, que nos dan lecciones con su profundo y extenso castellano, siguen utilizando la palabra señor y, al haber acabado, a Dios gracias, el sometimiento al que era el dueño, vuelve a adquirir su sentido más noble, en el que nació.
Aquí no, lo del señorío no se valora. Los más respetuosos te llaman caballero que no obliga a ningún reconocimiento ni sometimiento pasado. Caballero, en principio es el cabalga, aunque sea en mula, lo que no obliga a nada al que así te nombra. Ni siquiera si se utiliza el calificativo en su acepción (olvidada por la mayoría) de "hidalgo de calificada nobleza" o de pertenecer a alguna orden de caballería. Si puede concederte alguna consideración y entonces es de agradecer, el que te dice caballero, si utiliza la palabra en su acepción de "persona de consideración o de buen porte".
El don es otro tratamiento en desuso, quizá porque recuerda a dominus, dueño, de donde proviene. Nada de distinciones ni preponderancias morales, sólo se admiten a los de escaleras abajo como antes se decía tan despreciativamente. No hay dones que valgan, sólo permitimos a los donadie tan abundantes y porque resultan inofensivos que si no...
Ahora una curiosidad para los que abandonan el tratamiento de señor. Que sepan que cuando insultan a alguien, so asqueroso, so imbécil, so tal o so cual, no hacen más que utilizar la palabra señor aunque en su sentido más exagerado. Parece ser como nos cuenta Coromines que en el Siglo de Oro "se empleaba señor contraído en seor, sor, so y esto acabó por emparejarse con palabras insultantes para intensificar su sentido". Ya lo saben, el pasado se hace presente en cualquier momento. Al enfadarse.
Vemos que la realidad actual se impone con tal contundencia que ya no se pueden exigir tratamientos ni otras zarandajas. La personalidad individual se pretende disolver en el anonimato, sino en la vulgaridad. En el gran "Hospital 12 de Octubre" de Madrid, magnífico por muchas razones, existen unos impresos que hay que cumplimentar, en donde piden apellidos y nombre del paciente y asimismo, sorprendentemente, bien separado y visible, el "nombre corto". De tal forma que ese anciano achacoso que llega acaso sin mucha esperanza con sus alifafes encima y al que en su pueblo se le conoce por don José, pasa oficialmente en el Hospital a ser unicamente Pepín. Con lo que queda el hombre más hundido todavía y reducido a la mínima expresión.
Ni tratamientos ni siquiera nombre. El señorío (aunque sea doble como pretendo que sea el mío) queda unicamente como una satisfacción íntima. Como la moralidad y el patriotismo, que no deben exhibirse demasiado para evitar burlas y acaso insultos.
--Identifiquese -te dicen autoritariamente.
--Me llamo...
--No, eso no interesa, el número de su DNI.
Sé que no estoy en un campo de concentración y contesto:
--5 3 4 ...
Y al acabar:
--Letra
Y por fin respondo como colofón algo que en mi caso es verdad y que me da gran alegría gritarlo a los cuatro vientos:
-- Una EME.
sábado, 15 de noviembre de 2008
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