jueves, 13 de noviembre de 2008

MI HORADADA PROPIAMENTE DICHA

Este rincón mío, solitario al que me voy con la mente para pontificar dirigiendo la voz a esos altos espacios siderales que atrapa la técnica y los llama internet, lo he bautizado como podrán ver, La Horadada, tomado prestado el nombre en muchos momentos.

En realidad hay muchas Horadadas por ahí. Una, sorprendente, por tierras palentinas. El Cañón de la Horadada se llama por donde discurre despacioso el Pisuerga, el río que al llegar a Valladolid alcanza su mayoría de edad y de conocimiento. Ese Cañón de la Horadada y sus cercanías, son un cúmulo, un verdadero prodigio de horadadas. La piedra allí ha sido en verdad esculpida por la Naturaleza que nos sorprende, por ejemplo, entre otras, con la figura del Perro de Piedra o con el de la Mesa, además de con múltiples cavernas y oquedades admirables.

Hay también, cara al Mediterráneo, en la Costa Blanca alicantina, un Pilar de la Horadada que mira y se acerca al mar, mientras sus palmeras suspiran hacia un cielo siempre azul. Y en Hispanoamérica, creo que en la Argentina, existe otra Horadada y otra más mirando al Pacífico por la quebradísima costa del sur chileno.

Pero la que yo he elegido como distintivo, es una roca pequeña que por la noche parece temblar con la tenue luz de su faro ¿O será de frío y de soledad?. El caso es que a esa roca voy con el recuerdo porque no necesito otro medio de transporte. Y desde ella oteo el horizonte y aprecio el entorno, incluso el más elejado.

Antes, esta roca, sí era horadada y formaba como un puente bajo el cual pasaba el mar, no el mar infinito, sino sólo una porción de él junto, supongo, con las sardinas que por allí deambularan. Pero ahora mi roca adoptada ya no está horadada, se le cayó un pie y quedó mellada como una roca vieja que es. Mas sigue con el mismo nombre de siempre como si todavía tuviera la misma condición. Le pasa como a esos viejos que cuando ya no son nada, sólo una espera, siguen con sus laureles ya sólo recordados como tristes penachos de las ilusiones idas.

--Qué barbaridad que trágico se pone usted.

--Tiene razón, pero a mi aunque vieja, me sirve para desde ella, es decir desde aquí mismo, observar y meditar iluminado con el pálpito luminoso de su faro que hasta mi llega intermitente como es. Y observo y medito.

--¿Sobre qué?

--Sobre el trajín de los acontecimientos, de alguna buena obra que por casualidad se filtra en medio del ir y venir de los codiciosos tras el botín deseado de todos los días, ojo avizor, listos los reflejos, las garras en guardia a la espera de los incautos necesitados de ayuda. Y también si así conviene, considerando la muestra de halagos y promesas usados como anzuelos para inocentes.

--¿Se refiere usted a los bancos?

--Pues a muchos de ellos sí entre otros especímenes también acaparadores y no sólo a ellos. También considero como se merecen a los políticos, esa gente al parecer necesaria como los bancos a los que hay que sufrir. Pero dejémoslo de este tamaño como dicen en Venezuela que ya se siente frío en esta roquita mellada. Mañana "hablaremos del Gobierno".

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