Erasmo de Rotterdam, cuyo nombre auténtico era Gerhard Gerards y se lo cambió, no me choca, fue, como se sabe, un humanista que brilló en su época, entre el XV y XVI y aunque tuvo muchos seguidores en toda Europa y en España también, entre ellos a Fray Luis de León, además de contar con el apoyo de Carlos I nada menos, no consiguió con sus ideas y con su acción personal que el terco Lutero y la Iglesia de Roma llegaran a acuerdos que evitaran el cisma. Carlos I lo intentó con las armas luchando contra los alemanes e influyendo ante el Pontífice para que convocara un Concilio que pusiera remedio a las desavenencias. Con Roma no lo consiguió, pero con las armas tuvo más éxito y hoy, en Alemania, los católicos son casi la mitad de la población.
Todo esto viene a cuento por la situación actual en la que entre el laicismo y el agnosticismo, al menos en Europa, el descreimiento tan generalizado resulta notorio. Benedicto XVI reconocía antes de ser elegido Papa que en un futuro cercano, los cristianos serían una minoría en el continente. Y a eso vamos de forma acelerada. ¿Y que tiene que ver el bueno de Erasmo en esto de ahora? Bastante en mi opinión. Él se enfrentó a la Reforma de Lutero y también, hay que decirlo, a la situación de Roma en aquella época. Frente a la pompa imperante y los rituales llamativos pedía una mirada y un recuerdo a la iglesia primitiva que llevara a un cristianismo más auténtico y una vuelta fiel a las Sagradas Escrituras.
Erasmo de Rotterdam, sacerdote, teólogo, filólogo, pedagógogo, escribió varias obras; "Coloquios", "Adagios" "De libero arbitrio" y "Elogio de la locura" que es a la que yo me quería referir y que no tiene mal título, aunque él a quien finge elogiar no es a la locura, a veces un buen escape, sino a la tontería, a la estulticia exactamente. Escribió el libro y se lo dedicó a su buen amigo el inglés santo Tomás Moro a quien Enrique VIII mandó matar. En su obra junto a tantas críticas como hace, a los graméticos, a los poetas, a los filósofos, etc. dedica varias páginas a criticar muchos aspectos que tocaban a la Iglesia a la que él pertenecía muy devotamente. Así cuando toca el turno a los clérigos, escribe: "Hay en todos ellos un gran afán de distinguirse en el género de vida y no se preocupan de ser semejantes a Cristo, sino en ser diferentes entre sí. Es por ello que cifran gran parte de su felicidad en los sobrenombres: unos se complacen en llamarse "franciscanos", y entre estos hay "recoletos", "menores", "mínimos" y "observantes"; luego otros prefieren ser "benedictinos" o "bernardos", "brigidenses o "agustinos, "guillermistas" o "jacobistas", como si, en realidad, fuera poco llamarse cristianos"
Y aquí quería llegar yo: llamarse, ser cristianos nada menos, solo, únicamente. Y con esta observación, de un salto, paso a nuestra época, aunque el tema actual sea de más enjundia: romanos, evangelistas, luteranos, ortodoxos, coptos, anglicanos, reformados... y así otras muchas denominaciones, marcando, sobre todo, las diferencias y callando lo esencial. Como pasaba en tiempos de Erasmo que criticaba y destacaba el apego a sus "peculiares ceremonias" y "humanas tradicioncillas...no se dan cuenta -prosigue- de que Cristo, sin fijarse en todas esas minucias, va a exigirles sólo que hayan puesto en práctica su mandamiento".
Con la que ahora está cayendo en el mundo, pero sobre todo en la sin duda ya decadente Europa en cuanto a desarraigo de tradiciones y a descreimiento e, incluso, con la simiente fructificando de otras culturas y creencias, ¿no sería bueno que los cristianos, todos ellos, dejando atrás sus peculiaridades, y quizá sus egoismos, se unieran y destacaran únicamente su fe en Cristo que es lo que une a todos?.Sé que hay un movimiento en pro de la unión de las iglesias, pero parece un movinmiento que nadie sabe conducir ni quizá lo desea.
domingo, 13 de junio de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario