domingo, 13 de junio de 2010

LA NUEVA REFORMA TAN NECESARIA

Erasmo de Rotterdam, cuyo nombre auténtico era Gerhard Gerards y se lo cambió, no me choca, fue, como se sabe, un humanista que brilló en su época, entre el XV y XVI y aunque tuvo muchos seguidores en toda Europa y en España también, entre ellos a Fray Luis de León, además de contar con el apoyo de Carlos I nada menos, no consiguió con sus ideas y con su acción personal que el terco Lutero y la Iglesia de Roma llegaran a acuerdos que evitaran el cisma. Carlos I lo intentó con las armas luchando contra los alemanes e influyendo ante el Pontífice para que convocara un Concilio que pusiera remedio a las desavenencias. Con Roma no lo consiguió, pero con las armas tuvo más éxito y hoy, en Alemania, los católicos son casi la mitad de la población.

Todo esto viene a cuento por la situación actual en la que entre el laicismo y el agnosticismo, al menos en Europa, el descreimiento tan generalizado resulta notorio. Benedicto XVI reconocía antes de ser elegido Papa que en un futuro cercano, los cristianos serían una minoría en el continente. Y a eso vamos de forma acelerada. ¿Y que tiene que ver el bueno de Erasmo en esto de ahora? Bastante en mi opinión. Él se enfrentó a la Reforma de Lutero y también, hay que decirlo, a la situación de Roma en aquella época. Frente a la pompa imperante y los rituales llamativos pedía una mirada y un recuerdo a la iglesia primitiva que llevara a un cristianismo más auténtico y una vuelta fiel a las Sagradas Escrituras.

Erasmo de Rotterdam, sacerdote, teólogo, filólogo, pedagógogo, escribió varias obras; "Coloquios", "Adagios" "De libero arbitrio" y "Elogio de la locura" que es a la que yo me quería referir y que no tiene mal título, aunque él a quien finge elogiar no es a la locura, a veces un buen escape, sino a la tontería, a la estulticia exactamente. Escribió el libro y se lo dedicó a su buen amigo el inglés santo Tomás Moro a quien Enrique VIII mandó matar. En su obra junto a tantas críticas como hace, a los graméticos, a los poetas, a los filósofos, etc. dedica varias páginas a criticar muchos aspectos que tocaban a la Iglesia a la que él pertenecía muy devotamente. Así cuando toca el turno a los clérigos, escribe: "Hay en todos ellos un gran afán de distinguirse en el género de vida y no se preocupan de ser semejantes a Cristo, sino en ser diferentes entre sí. Es por ello que cifran gran parte de su felicidad en los sobrenombres: unos se complacen en llamarse "franciscanos", y entre estos hay "recoletos", "menores", "mínimos" y "observantes"; luego otros prefieren ser "benedictinos" o "bernardos", "brigidenses o "agustinos, "guillermistas" o "jacobistas", como si, en realidad, fuera poco llamarse cristianos"

Y aquí quería llegar yo: llamarse, ser cristianos nada menos, solo, únicamente. Y con esta observación, de un salto, paso a nuestra época, aunque el tema actual sea de más enjundia: romanos, evangelistas, luteranos, ortodoxos, coptos, anglicanos, reformados... y así otras muchas denominaciones, marcando, sobre todo, las diferencias y callando lo esencial. Como pasaba en tiempos de Erasmo que criticaba y destacaba el apego a sus "peculiares ceremonias" y "humanas tradicioncillas...no se dan cuenta -prosigue- de que Cristo, sin fijarse en todas esas minucias, va a exigirles sólo que hayan puesto en práctica su mandamiento".

Con la que ahora está cayendo en el mundo, pero sobre todo en la sin duda ya decadente Europa en cuanto a desarraigo de tradiciones y a descreimiento e, incluso, con la simiente fructificando de otras culturas y creencias, ¿no sería bueno que los cristianos, todos ellos, dejando atrás sus peculiaridades, y quizá sus egoismos, se unieran y destacaran únicamente su fe en Cristo que es lo que une a todos?.Sé que hay un movimiento en pro de la unión de las iglesias, pero parece un movinmiento que nadie sabe conducir ni quizá lo desea.

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