He pasado gran parte del verano con Arturo Uslar Pietri el escritor venezolano ya desaparecido por desgracia.
--¿Es usted brujo o está loco para asegurar que se codea con los muertos?.
--Ni lo uno ni lo otro, pero sí he estado con él y gracias a él, en "La isla de Robinson", no la de Crusoe, sino tan sólo en la de Simón, un sabio, sincero y honrado personaje que gastó su vida, la que le proporcinó Uslar,en intentar, infructuosamente desde luego, poner en práctica sus ideas.
Aclararé que se trata de una novela, "La isla de Robinson" se titula. Y no se refiere a una isla geográficamente hablando, sino a un aislamiento personal triste y hasta cruel, al no encontrar el tal Simón una respuesta entre sus paisanos a las desinteresadas ideas que creía salvadoras para su tierra, la amplia América hispana, justo en los momentos de la independencia que Bolívar con sus torcidas maniobras iba consiguiendo.
Uslar, con esta gran novela crea a un personaje que puede ser considerado universal. Sólo los grandes escritores lo han conseguido. Don Quijote y Sancho son el claro ejemplo. También don Juan con su mito; Lope, Calderón. Fuenteovejuna eleva a todo un pueblo a esa categoría... Esta vez me tocó durante este verano conocer a otro, a Simón Rodríguez, al que Uslar retrata aislado en medio del avispero americano, víctima como estaba aquella tierra de los advenedizos que surgían cuando España, después de Ayacucho, se retira. Un personaje, Simón, reducido a la soledad íntima de su propia persona, su isla, la que surge de la soledad que siente por el abandono intelectual que sufre. Sólo él con sus ideas tan firmes. Simón Rodríguez un Robinson universal en el que se puede ver retratada a mucha gente. Incluso a uno mismo en tantas ocasiones a lo largo de la existencia que culmina, precisamente, cuando esa existencia acaba. Es la auténtica soledad que Uslar describe con tanta veracidad y realismo que conmueve en verdad. Así acaba su narración cuando Simón siente que su fin se acerca y escribe con gran desilusión, como derrotado, a un amigo: "Adiós amigo -dice- deseo a usted como para mi/salud para que no sienta que vive/distracción para que no piense en lo que es/y muerte repentina/para que no tenga el dolor/de despedirse de lo que ama/y de sí mismo para siempre".
Atroz resulta al poder considerar verdadero todo esto que sólo un personaje con la categoría intelectual de Arturo Uslar puede plasmar. Y con ello pasé -¡qué cosas! y hasta entretenido- gran parte del verano. No soy un gran lector de novelas. Esta la tenía de antiguo y surgió en la búsqueda de distracción. Ya había leído otras cosas del gran venezolano. "Las lanzas coloradas" me fascinó. Conocí al escritor en el centro de Cultura Hispánica que capitaneaba con enorme acierto -hay que decirlo aunque algún cernícalo actual se sorprenda- un Blas Piñar que todavía no se había mostrado tan en la recóndita y alejada esquina de una derecha exagerada, tan superada por fin. Hablé con él, con Uslar y hasta me atreví a censurar su denominación de Latinoamérica en vez de la verdadera de Hispanoamérica que él tanto valoró. Blas Piñar, a mi lado, me pidió muy amablemente, más consideración con el invitado ilustre, y frené mi ímpetu juvenil ante el maestro que al poco tiempo, cuando se puso en duda la contribución de España al progreso de nuestra civilización -creo que por parte de algún inglés pérfido desde luego- Arturo Uslar Pietri, le contestó con la energía y la amplia verdad que cualquier estudioso puede conocer, enumerando punto por punto nuestra aportación y nuestras glorias que él consideraba suyas también como heredero de ellas que era, por haber nacido allá, tan próximo, en la otra orilla.
Y llegado a este punto tan cerca del final de nuestra perorata de hoy, pidamos como nuestro amigo Simón salud, pero no para no sentir que vivimos, sino para percatarnos de todo lo contrario, de que sí lo hacenos. Vivir y vivir a tope si es posible y quizá tan sólo desde nuestra isla acaso imposible de abandonar, pero en contacto con los demás, sintiéndonos, al menos, en un archipiélago de vidas. Con la ilusión de unos Quijotes, nuestras dosis necesarias de Sancho Panzas y, si se consigue, en una suerte de Fuenteovejuna, todos a una con los nuestros.
Amén.
martes, 7 de septiembre de 2010
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