miércoles, 1 de septiembre de 2010

SANTANDER DE MIS AMORES

Pasa el tiempo y ni saluda, sólo borra huellas, recuerdos. Volví después de años, ilusionado, a las calles de mi Santander en las que dejé tantos trozos y trazos de hechos para mí sin duda trascendentales y comprobé lo que la lógica dictaba, que el tiempo había transcurrido y tan sólo me esperaban las esquinas desnudas limitando tanta piedra muda, tanto cemento. Lo vivido con todo el atractivo de lo novedoso quedaba, únicamente, grabado en mis adentros que, aleteando, me avivaban la nostalgia.

Así que con tan poco atractiva experiencia, me encaminé al que fue mi antiguo barrio, el más antiguo de la ciudad que ahora quieren dignificar después de tantos años de olvido y no sé si de desprecio. Me refiero al ahora ya, otra vez, denominado Cabildo de Arriba, como queriendo buscar no sé qué abolengo que sólo el tiempo otorga, rememorando como una gracia, la miseria, las casuchas de tantos Muergos,junto alguna Sotileza que todo hay que decirlo e, incluso, algún Padre Apolinar que tratara de desbastar tanta aspereza. Todo esto como un segundo acto de la Historia, una vez que las viviendas de los hidalgos fueran destruidas. Porque al Cabildo de Arriba, a la Pueblo Vieja siempre la trataron despectivamente los más nuevos que se establecían en la llamada Puebla Nueva y hasta llegaron al enfrentamiento armado, ¡qué cosas! pocos y mal avenidos como se sabe. Escasos habitantes, muchos hidalgos (de ahí venía el lío) y pocos pecheros. Pero esto pasó hace mucho, siglos nada menos.

Era la Historia con mayúsculas. La mía, con minúsculas, más cercana, me lleva sólo hasta los tiempos de aquellos tranvías amarillos y aquellos raqueros auténticos zambulléndose en la machina en pos de alguna "perra gorda" arrojada por paseantes generosos. Tranvías, el de Miranda y el que nos trasladaba a un Sardinero entonces sin el innecesario velódromo que ahora no le adorna. Tranvías, tantas veces, rematados en su parte trasera por alguno de aquellos raquerillos que subidos "a tralla" como entonces se decía, conseguían hacer el viaje gratis...

Tiempos de mi niñez con una Rua Mayor, la auténtica, que de la Calle Alta nº1 nada menos, -permítanme que lo diga así- donde estaba yo, nos llevaba a la misma puerta de la Catedral en línea recta, en un ambiente en el que aún podía vislumbrar alguna mirada muy perspicaz, un cierto abolengo muy empobrecido y decadente que pretendía dar de lado a una Cuesta del Hospital ya encanallada con bares -"Rufer" y "Güemes"- en que mostraban sus deformaciones mujerzuelas que buscaban su vida junto a la esquina de una Rua Menor, muy menor en todos los aspectos.

Puebla Vieja, nombre que quizá ya entonces se podía, se debía atribuir a toda la ciudad, vieja en verdad, con excepción de un Sardinero ya embellecido. Santander, puebla vieja aunque entrañable, que un incendio atroz abrió el camino de la modernidad en la que yo fui creciendo y ampliando mis horizontes ahora ya transformados en cálidos recuerdos con los que adorno en mi intimidad las piedras mudas y el callado cemento con que me encuentro a mi vuelta, después de tantos años.

No hay comentarios: