viernes, 24 de octubre de 2008

EL PESO DE LA HISTORIA

Un cardenal enjoyado y orondo entre dos poderosos políticos
durante una comida de gala, ha escandalizado
a muchos al recordar la sencillez de Belén.
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Creo que a la Iglesia se le subió Roma a la cabeza. Era la Roma de los emperadores dueños del mundo, decadentes ya y, por ello, más dados a los brillos y oropeles en la que creció aquella Iglesia primitiva oculta al principio en las oscuras catacumbas, pero que con el tiempo, pasito a pasito, se hizo dueña y señora de todo. Y construyó la Roma que ahora admiramos con pasmo ante tanta grandiosidad.

¿Pero acrecienta nuestra fe tanta belleza y riqueza? Quizá no o al menos no tanto, por ejemplo, como la iglesita románica tan humilde, guardadora de siglos también que, escondida en un alejado paisaje nos sorprende de pronto y nos invita al recogimiento y la meditación, y al agradecimiento también por acercarnos a Dios de foma tan auténtica y profunda.

Pero es que esa Iglesia, la de Roma, soporta el peso de tanta historia que apenas puede con ella. O, al menos, no acierta sacudirse -¡qué difícil!- su influjo y recuerdo para, con sólo el Evangelio, seguir su camino.

Ahora sí esgrime el Evangelio, pero para muchos, en algunos aspectos le puede el oropel. Un oropel sostenido por el arte más elevado que debe, por otro lado, custodiar y preservar.

Ante tanto brillo, ante tanta magnificencia, el genio de un genio sí supo transmitirnos todo el fundamento de la fe. Pero lo consiguió desde la sencillez y la verdad. Ese genio, Buenarrotti, Miguel Angel, supo alejarse, al menos entonces, de tanta grandiosidad inventada -por él mismo en gran parte- y recogido en sí mismo seguramente, aceptando sólo lo esencial, nos brindó una Piedad compendio de todas las emociones y, desde la elementalidad de los sentimientos más humanos, transmitirnos el dolor callado de una Dolorosa que con el cuerpo inerte de su Hijo nos resume, en un momento, toda la Gran Verdad.

Pero no todos son Miguel Angel. No lo son esos que se se siguen calificando Príncipes de la Iglesia y que, sin duda, dando de lado al Pesebre inicial, quieren seguir siendo (o no saben como evitarlo) parte de toda la gradiosidad de la Roma renacentista en la que han quedado, vemos, atrapados todavía.

Es lamentable y humano ese comportamiento. Lutero fue el primer disidente, un disidente rudo y terco que, al menos, entre otras actitudes condenables, supo valorar el Evangelio y su disidencia sirvió para que Roma volviera a fijarse más en lo esencial. Erasmo, de forma más aceptable y conciliadora, también coadyuvó a seguir ese camino y aunque en su tiempo no fue aceptado, su esfuerzo, más tarde, dio sus frutos.

Nosotros ahora sabedores de una hisoria tan larga y comprendiéndola, seguimos haciendo historia y al hacerla, si acertamos, iremos venciendo tantas incongruencias. Porque los cristianos de a pie así lo demandan. Con el esfuerzo de todos -es nuestra obligación- conseguiremos sacudirnos tantas rémoras que vienen de un pasado ya superado gracias a Dios.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si todos somos Iglesia como nos dicen es desde luego tarea de todos el intentar acabar con tantas rémoras del pasado, como usted bien apunta. Va a costar.Esos príncipes de la Iglesia no creo que tengan el Evangelio como su libro de cabecera precisamente y ellos son los que más desentonan. Pero los cristianos de a pie somos más y también contamos. Y se conseguirá.