Uno habla, uno escribe y, tantas veces se confunde y cae en los lapsus, linguae o calami, de la lengua o de la pluma, aunque yo los calificaría de la mente ya que la lengua o la pluma son únicamente sus instrumentos. Yo caigo en los dos; pero uno, cuando ocurre los denomina sólo lapsus y se queda tan contento. Lo malo es cuando esos lapsus se repiten a menudo y es cuando la sospecha surge y se piensa que se va abriendo el hueco absorbente del mundo flotante de la inconsciencia, un mundo triste o alegre, quizá según el carácter de cada cual o según con que pie se entre en él. Pero en definitiva, eso sí, un mundo particular que nadie entiende y lo que es peor ni el propio protagonista que, por supuesto, ni pretende comprenderlo muchas veces, sólo se recrea en él o lo sufre.
Mi poeta tan cercano utilizó una composición siguiendo las normas de la métrica que aprendió en el colegio para tratar de ese ámbito de la inconsciencia al que se llega cuando el viaje se prolonga más de la cuenta, más de lo programado para cada cual. Lo tituló "Ensoñaciones seniles" con lo que pretende aceptar como válido el confuso espacio por el que deambulan los pensamientos que se escapan de los controles establecidos. Dice así¨:
La mente flota ya libre
sin frenos condicionantes,
más auténtica que antes,
sin argumentos plausibles,
sueltos los cables y mimbres
incapaces ya de tejer,
de fijar y de pretender
una idea aceptable
para el mundo respetable
que sólo oye lo que ve.
"Que sólo oye lo que ve", termina y aquí está, seguramente, la limitación de las personas que se consideran normales, los que están con los pies en el suelo, los que sólo llaman al pan pan y al vino vino y no se asoman por encima del límite de la normalidad para ver otros mundos. Porque hay otros mundos u otros espacios, el de los sueños por ejemplo en los que la mente, desprendida de las bridas que la controlan deambula libremente o lo parece. O sin ir más lejos, el de la imaginación cuando sin tabúes ni cortapisas se eleva hasta un mundo abstracto quizá, sin formas reconocibles que conduce hacia la libertad total.
Lo malo de esto es que algunos de esos viajes se convierta en un viaje sin retorno y se quede uno como un astronauta muy especial, perdido en el pensamiento.
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--Oiga, que tonterías escribe usted.
--Tiene razón y lo malo es que no puedo decir que sólo fue un lapsus linguae o del otro, es demasiado prolongado esto para considerarlo un lapsus. ¡Ay madre!
sábado, 25 de octubre de 2008
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