sábado, 11 de octubre de 2008

SOBRE LAS DECADENCIAS

Desde la infinitud del mar, tan cercano sin embargo, llegan afirmaciones sobre el fin de los imperios y sus decadencias. Afirmaciones incontestables que llegan acompañadas de la enumeración de sus causas que bien pueden encontrarse, efectivamente, como apunta, en nuestra Europa, madre de tantas cosas, incapaz ahora de mantenerse con firmeza al negarse a si misma y a lo que fue su historia.

Con todo ello, esa voz que traen las olas de su mar, se adelanta por escaso tiempo y coincide en lo esencial con las consideraciones, más apocalípticas sin duda, lanzadas a los cuatro vientos del último sínodo de obispos por el Papa Benedicto XVI. Adelantarse para coincidir con el Sumo Pontífice, con el puente que nos lleva a lo esencial, tiene su aquel.

El caso es que esas acertadas consideraciones basadas en lo que la Historia nos enseña, me llevó a mí a pensar en otras decadencias menos graves sin duda porque no acabaron con el aleteo de la existencia y por ello se quedaron sólo en una mera postración recuperable. Tal, por ejemplo, el caso de la España imperial que tanto brilló con su Siglo de Oro, broche fantástico de tanta grandeza. Fue éste, el de España, un caso de cansancio, de agotamiento, no de envilecimiento. De unos hombres, los españoles de entonces que como Nietzsche dijo y yo recogía hace poco, "quisieron ser demasiado". Quisieron ser y lo fueron sin duda apostillo yo como tan claramente nos muestra la Historia.

Fue, sí, un caso de agotamiento. En Rocroi, allá en las Ardenas francesas, la extraordinaria, heróica resistencia de nuestros Tercios, de nuestra infantería victoriosa siempre hasta entonces, mostró ese agotamiento que desde esa mitad del XVII se haría más ostensible. Esta es la explicación: En Europa, había presencia hispana desde el Báltico al Tirreno; en América, en la mayor parte de ella desde el Atlántico al Pacífico, y en el otro extremo del mundo, en los mares de la China meridional, en el Cinturón de Fuego del Pacífico con las más de 7.000 islas filipinas. Incluso alargando la mirada, surge también nuestra presencia que deja, con el bautismo, su huella sonora y perdurable en Velez y Australia, entre otros remotos lugares.

España con todo esto, más el esfuerzo voluntario de la Contrarreforma, fue decayendo, aunque con tal dignidad que aún tuvo un siglo XVIII activo y maestro en muchas cosas, del que con tiempo y paciencia, aun podemos tratar en otra ocasión.

¿Qué queda de todo esto, descansados ya de tanto ajetro? Visto con los ojos y con el talante de ahora poco para la mayoría. Para los que más hablan, España es una nación a corregir. Su andadura histórica una equivocación. Nuestras glorias, el resultado de nuestra intransigencia. A cambio sólo se ofrece - y esto sí es muestra de la decandencia señalada- la duda que trae el relativismo que invade el mundo y sobre todo Europa. El relativismo que se apoya en la técnica que se juzga omnipotente, pero que conduce a anular todo esfuerzo positivo, al menos en el mundo de las ideas que es el motor del verdadero progreso.

España, pues, se está preparando para que quizá en este siglo, forme parte destacada de una Europa anodina, impersonal y disforme que parece que pueda abrir la puerta a la profecía vaticana y a los peligros que tan contundentemente señalaban las olas de ese mar tan amplio.

Ojalá nos equivoquemos todos. Pero digo una cosa, si dicen que la verdad nos hace libres, yo digo que la verdad de todo esto de ahora me entristece.

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