martes, 12 de enero de 2010

LO QUE VA DE AYER A HOY

Sí, lo que va de ayer a hoy. Todo cambia y algunas gentes que tenían sobre sus espaldas un pasado bien definido y concreto, sin saber cómo, se unen a esos cambios que consiguen los pueblos, no sé si por un afán de no perder el rango adquirido o por auténtico convencimiento. Sin rubor al menos. No es que corrijan sus posiciones anteriores, es que se transforman totalmente tanto en su modo de presentarse, en sus formas, en sus comentarios. Ahora hay un ejemplo clarísimo y sorprendente para los que vivímos con cierta cercanía los acontecimientos ocurridos hace, más o menos, diez o quince años en la Suráfrica del "apartheid". Me refiero a Frederick De Klerk, antiguo presidente de la República y Premio Nobel de la Paz nada menos. Con motivo de los preparativos para el mundial de futbol que se llevan a cabo en ese país, ha declarado que "el Mundial no sólo debe servir a nuestro país para crear un elemento de unión entre la población, sino también como recordatorio de que es posible superar un pasado repleto de conflictos y alienación política". Sí, alienación, auténtica locura la que impregnaba todos los momentos de la vida en aquel país gobernado de manera dictatorial por el Partido Nacional que encuadraba a la población blanca de los "afrikaans" con el beneplácito de la población inglesa, acogida en un par de partidos cuya oposición al régimen establecido era de pura apariencia.

Fue Botha, el presidente al que sucedió De Klerk, el que a partir de 1986 comienza lo que llamaron el "desmantelamiento del apartheid", que muchos desde el exterior lo calificaban de pura operación de cosmética. Sin embargo, sí hubo cambios. Por ejemplo, Botha acabó con la ley que prohibía los matrimonios mixtos y con la sección 16 de la Ley contra la Inmoralidad que prohibía las relaciones sexuales entre miembros de distintos grupos raciales. Y aquí es donde De Klerk, a la sazón ministro del Interior y de Educación Nacional, muestra cual era su ideario al ser el encargado de anunciar en el Parlamento, "el compromiso gubernamental de suprimir la discriminación" en los puntos señalados. Hasta ahí todo resultaba sorprendente en la atmósfera que se respiraba en Suráfrica. Luego vino el comentario a tan "inconcebible" decisión. De Klerk continuó matizando: "Aunque el Gobierno sigue convencido de que los matrimonios entre diferentes razas, pueden dar lugar a muchos problemas, opina que este asunto debe ser sacado del terreno político y que la responsabilidad de ofrecer correcta orientación debe recaer en los padres, las familias, las iglesias, etc." Y terminó recalcando que "quedaba claro que el Gobierno no abandonaba su campaña global en favor de las buenas costumbres".

Así pensaba De Klerk mientras Botha seguía con su "cosmética"y hablaba con Mandela, preso todavía, y preparaba su libertad porque sabía que era él y no otro el interlocutor obligado del Gobierno en su labor de normalizar al país. Pero Botha no pudo hacer más, murió en 1989 y es De Klerk el encargado de continuar la tarea ya imparable a la que empujaban las potencias occidentales, alejado ya el peligro de una Unión Soviética poderosa e influyente en Africa.

En el diálogo que se inició, De Klerk como presidente y Nelson Mandela, del Congreso Nacional Africano, ANC en sus siglas en inglés, eran los decisivos, pero el Gobierno introdujo a un tercer interlocutor , Buthelezi, presidente de Inkatha, movimiento de los zulúes que aceptaba la separación racial y que poco tenía que decir debido a su ideario y a su influencia escasa. Pero quería ser una chinita en el camino que De Klerk colocaba. Otra inaceptable en un régimen que quería ser democrático, fue el empeño del presidente de que su grupo, el Partido Nacional, tuviera derecho de veto en el parlamento que se creara. Lo que tampoco era admisible en un grupo político que una vez que los negros y mestizos tomaran parte en las tareas perlamentarias, no pasaría de ser un partido muy minoritario.

Así las cosas, llegó el momento de la auténtica liberación surafricana. Mandela la consiguió y De Klerk no tuvo más remedio que allanar el camino una vez que se vio obligado a seguir la ruta que los nuevos tiempos marcaban. Y hasta convencerse, por lo que se ve ahora, de que era una "alienación política" lo que antes defendía. Y le dieron el Premio Nobel de la Paz, de una paz que Nelson Mandela le brindó.

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