Hoy me va a dar por meterme con alguien. ¿Una denuncia? No, un desahogo. Ya lo tengo: Imaginen que hubiera unos gigantes que nos observaran a los pobres humanos, muy pequeños para ellos, como nosotros miramos desde nuestra altura a las incansables hormigas. Quizá les sorprendiera a esos gigantes, el afán desmedido de algunas personas por atesorar riquezas que una vez superados ciertos niveles, en nada les benefician. Les sorprenderían como a nosotros nos ocurre con la constante actividad de esos insectos sociales, su ir y venir incesante, en ordenado trajín que tanto nos pasma.
Ha habido, hay y habrá sin duda en el futuro, muchos ejemplos de esos humanos sorprendentes para los imaginados gigantes que posiblemente no comprenderían su infinito afán acaparador. En la actualidad quizá sean los banqueros -una parte de ellos al menos, digamos para quedar bien- el espécimen más representativo de los grandes acaparadores de bienes, beneficios, fortunas, riquezas en fin, que guardan y controlan con avidez inusitada y sorprendente. Fondos, valores, bolsas, carteras, cheques, libranzas, letras, títulos, acciones, bonos, cupones, toda una jerga con que se han bautizado las mil maneras que inventaron los banqueros para o bien quedarse limpiamente -¿limpiamente?- con la mayor ganancia o, si esto no es posible, al menos administrar lo mucho o lo poco que puedan todavía poseer los demás.
Entre nosotros hay varios personajes de estas características, no todos banqueros, claro, pero sí de una ralea parecida a los banqueros de este tipo. Unos más sonrientes y al parecer más abiertos y otros más impenetrables, aunque todos inasequibles para el común de las gentes. ¿Qué pasa, es que esto lo da el capitalismo? No, claro que no hay que responder, esto lo da el género humano y, por ello, siempre, como consecuencia, nacen también redentores, los que con buenísima intención tratan de acabar o al menos reducir tanto desmán. En este caso está el doctor en Economía y académico, don Aldo Olcese, Santoja que ha publicado un libro, "El capitalismo humanitario" (por algo será cuando lo califica así) que explica que la gestión empresarial se debe fundamentar "en la responsabilidad social y el buen gobierno corporativo que permita hacer el bien general desde el interés privado". ¿Obras de caridad cuando se trata de vencer en el pugilato de los negocios? cabe preguntar. Parece imposible conseguirlo sólo con consejos, aunque bien está recordar a los posibles acaparadores sin escrúpulos que hay unas reglas que cumplir que se ordenan en el mandamiento muy íntimo de la moralidad (no de la legalidad, por favor, que de ahí viene el problema). Y en su defecto, bueno sería que se estableciesen inspecciónes por el organismo que corresponda, aunque el asunto tiene su aquel. Quizá la primera inspección haya que hacerla a las leyes tras las que se cobijan los aprovechados, bien pertrechados de equipos de leguleyos que estudian los entresijos de las disposiciones establecidas. Quien hizo la ley hizo la trampa, ya se sabe. Y entre tanta trampa caben todas esas acciones de conquista para forzar, ganar, expugnar, hacer presas, despojar, desencastillar, invadir, lo que lleva a conseguir el botín deseado tras alcanzar el triunfo ante los tristes vencidos que observan con dolor como sus pertenencias pasan a depender del gran acumulador, para quien sólo representará un éxito más, quizá, en tantos casos, insignificante en su amplísima trayectoria de avaricia, de codicia sin límites.
Hay que preguntarse si son delincuentes los que así se comportan. La respuesta es que no están tipificados como tales. Para que haya delito es necesario que exista quebrantamiento de la ley y ya se cuidan bien de no dejar de la mano lo que marcan tantas disposiciones tras las que se cobijan. Repetimos, ¿es entonces el capitalismo el culpable? No por supuesto, como tampoco son culpables los automóviles de los accidentes de carretera, sino sus usuarios. Al capitalismo hay que concebirle como lo que es, un régimen económico, quizá el más útil, basado en el predominio del capital como elemento de producción de riqueza, sin más. La avaricia y la trampa la añaden los humanos.
Volvamos ahora al principio. Tanta mezquindaz resultaría sin duda grotesca, sorprendente y quizá hilarante a esos gigantes inventados que pudieran observarnos, mientras apreciaban como, cuando sobrepasan su tiempo de permanencia en este mundo, tanto el acaparador como su víctima, se equiparan al quedar convertidos, ambos por igual, en dos cuerpos yertos bajo unas paladas de tierra, formando parte sus cuerpos desnudos -una parte minúscula desde luego- de la gran bola que forma la Tierra mientras da vueltas y más vueltas por esos espacios de Dios. Y como "la Tierra no es de nadie, sólo del aire"que lo dijo el Presi, con él se irán -con el aire, no con el Presi- nuestros recuerdos, nuestra memoria, y como consecuencia otra vez repetirán lo mismos desmanes los "listos" del futuro. Y la verdad, no tiene gracia la cosa. Ni arreglo parece.
sábado, 2 de enero de 2010
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