jueves, 25 de febrero de 2010

DEL ROBO LEGAL

No codiciar los bienes ajenos. Ni siquiera codiciarlos, oiga, cuanto menos arrebatarlos, cosa que tantos hacen o lo intentan. Siempre ha habido ladrones es la verdad, unos son los necesitados a los que podemos disculpar al menos en parte, aunque no siempre se haga como ocurre todavía hoy en algún país musulmán donde le cortan a uno la mano por, tan sólo, robar una manzana. Luego están los profesionales. Los hay casi pacíficos podríamos decir, los simples carteristas que en todas partes han existido, en Madrid, por ejemplo, donde han llegado a constituir un tipo característico, folklórico incluso, personajes casi simpáticos que han aparecido en tantas comedias. Junto a estos, los más temibles, los ladrones ahora tan abundantes y tan peligrosos que roban bancos, domicilios y que aterrorizan de verdad. La justicia los persigue y la ley los condena. Nada que objetar. Otra cosa son los llamados ladrones de guante blanco en que el disimulo y las buenas maneras de que se disfrazan ocultan o tratan de que así sea, su perversión y su maldad. Todos hemos conocido a alguno que ha sido descubierto y puesto a buen recaudo, aunque casi siempre, digámoslo con claridad, sin soltar la pasta mal adquirida con la que se ha enriquecido y que la disfrutará al terminar los pocos años de su condena. ¿Por qué la Ley, los jueces en fin, aceptan esta tan injusta situación?.

Pero dejémonos de preguntas y vayamos a hechos porque hay más clases de ladrones, los que podrían calificarse de ladrones legales, los que se amparan en las leyes que ellos mismos promulgan casi siempre. ¿Se refiere usted a los políticos? A algunos, sí, es la respuesta. Quiero referirme a esos a menudo, tan sólo, unos paniaguados que con sonrisas, amigos y zancadillas se encumbran y dicen que tienen ideas a las que defender y, sobre todo de las que vivir en realidad. Hay ejemplos. En los periódicos se publican a veces estos desafueros que nadie ataja porque los que pueden hacerlo amoldan sus conciencias a lo conveniente para el gremio. Un sólo ejemplo como muestra; apareció en los periódicos, el tal Carod, el catalán que dice que Cataluña no es España, -pregunto ¿ni siquiera geográficamente?- y que de esa falacia vive, tiene su residencia o la tenía al parecer, algo alejada del centro de Barcelona, por lo que su gobierno (lo pongo con minúscula porque se refiere sólo al de Cataluña y porque es el suyo) le entrega mensualmente una elevada suma que une a su elevadísimo sueldo, para sufragar los gastos de transporte, lo que ya de por si sería de moralidad discutible. Pero es que luego, el español ese que no quiere serlo, realiza el viaje diario en el coche oficial que pagamos el resto de los españoles, con chófer y todo, o con mecánico como decían antes los más finos. Es decir, Carod roba, así de sencillo, y resulta además un robo millonario en verdad, aunque no sea más que por el número de afectados. ¿Cuantos hay como él? se sabe que muchos y, a veces, hasta se descubren como ha ocurrido en estos días con una "miembra" del partido inventor de este término tan malsonante.

Pero la idea del latrocinio se va devaluando muchas veces y pasa a la apropiación indebida en la consideración judicial, pero que sigue con el concepto del robo matizando toda su actividad. Y vayamos pasando a otras modalidades de usurpación, fijémonos en esos contratos en que el firmante pasivo, casi siempre atenazado por la apremiante necesidad, firma sin leer -no le da tiempo- "la letra pequeña", esa letra tan diminuta que en el reverso del documento, el prepotente concesionario de la "merced", ha estampado con una tinta desvaída que hace tan difícil de desentrañar. Líneas y líneas apretadas que encierran unas condiciones tantas veces leoninas preparadas para esgrimirlas con dureza en el momento oportuno, cuando la parte pasiva yace ya sin fuerza para defenderse con éxito. ¡Ay esas entidades poderosas tan dominadoras e insaciables, cuanto sufren cuando se ven obligadas a bajar los intereses a sus empobrecidos deudores, qué de tejemanejes inventan para resistirse a aplicar la norma!

¿Y que me dicen de Hacienda, la pública, la que mangonea el Gobierno, las Comunidades estas tan mal inventadas y los ayuntamientos? Todos ellos sí que exprimen a los indefensos ciudadanos dando fuerza de ley a los antojos de los políticos de turno que se convieten casi siempre en dictadores durante su mandato. Establecen lo que es justo en su opinión, sin posibilidad de protesta, aunque hay que decirlo, sus decisiones guardan un rastro de sinceridad. A esas decisiones las denominan impuestos. No mienten y esa imposición dura e inapelable, estruja un poco más al incauto ciudadano. La ley de la selva en fin, aunque con corbata y sobre el asfalto.

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