domingo, 28 de febrero de 2010

HISTORIA DE UN NO NACIDO

"Cancioncilla del niño que no nació". Fue un poema maestro, premonitorio el de Lorca. Conociéndolo puedo asegurar que a él, al niño de mi historia no le han "dejado sobre una flor/de oscuros sollozos de agua", aunque como el del poeta, tampoco nació y sus sollozos, que aún no había aprendido a expresar, no eran, no hubieran sido, de agua precisamente. Vio, sí, "la puerta de la luz" un instante, luego fue troceado, aplastado sin darle tiempo a saber lo que habría encontrado allí afuera donde la vida estalla con un azote de bienvenida. Tampoco supo de las alegrías de la Pajín, la Bibiana, sus abrazos animados con los aplausos de De la Vega y de Trinidad, (¡qué triste cuarteto esteril!) para celebrar alborozadas el haber conseguido en el Senado nada menos, que se hiciera legal y libre provocar sin cuenta ni medida "oscuros sollozos" al no nacido. Es decir permiso para cuartearle, aplastarle y tirarle a una basura higiénica no contaminante. Eso le pasó a la víctima de esta historia cuando ya la existencia se hizo forma y sus brazos ya servían "de remos " en su propia barca. Fue justo entonces cuando llegó el fin con la tortura, "¿quién taladró mi sueño?" pensaría acaso como el niño de Lorca. Fueron ellas y Zapatero, sobre todo él que lo promocionó hasta consentir la normas para abortar más avanzadas (¿) de Europa. También los Bonos, tantos, hipócritas y falsarios y los silencios cómplices y los votos necesarios de los Anasagastis y otros despreciables parecidos.

¿Quién taladró tantos sueños? podría preguntarse ante la suerte de abortos que se amontonarán enseguida. ¿Fueron únicamente sus madres quizá jóvenes inexpertas llevadas por los torcidos vericuetos de un árido adoctrinamiento muy progre? En cualquier caso las culpas se agigantan imparables hasta llegar a las por supuesto entristecidas residencias oficiales que ocupan los incitadores, los autores de tan estremecedora ley que avala, como un derecho, la provocación de la muerte. El asesinato legalizado.


Y muchos, tantos, dormirán tranquilos sin conmoverse como Lorca lo hizo adelantándose a los tiempos. Sólo se sabe de un teniente de alcalde de un pueblo de Sevilla, Montero es su apellido, que ha preferido seguir los pasos de su recta conciencia a los dictados impuestos de su partido.

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