Los cambios que traen los tiempos, necesarios sin duda en buena parte, no siempre han sido bien recibidos por los contempoáneos de más edad que veían desvanecerse los soportes morales y consuetudinarios, los cimientos, en fin, en que se apoyaban y en los que creían.
En cualquier repaso que se haga, sobre todo desde los siglos XVIII, XIX y XX, de las opiniones que nos han llagado, no ya de los moralistas por supuesto, sino incluso de los comentaristas más imparciales de cada momento, se observa el pasmo, el disgusto y hasta la condena más tajante de los nuevos estilos que se iban adoptando sustituyendo a lo que constituía el bagaje de la sociedad, aunque estos cambios fueran sutiles y, las más de las veces, de pura forma.
Dejemos ahora las covulsiones y revoluciones, verdaderos terremotos que hicieron desaparecer los paisajes sociales tal como se les conocía por los que surgían imparables y quizá impuestos cruentamente y fijémonos sólo en los que paso a paso, de forma silenciosa, se van inoculando en la sociedad, cambiándola. Que es lo que ahora vivimos, por ejemplo.
Ortega y Gasset dijo que "un pueblo es, en primer término, un repertorio de costumbres". Si esto es así, en poco tiempo seremos nostros los europeos y más los españoles, unos pueblos distintos del pasado, ya que el repertorio de nuestras costumbres y de muchas creencias, se están dejando como olvidadas, si no despreciadas, en las cunetas del pasado -de un pasado que hasta se quiere cambiar en el recuerdo- sin que sirva ya de mero sustrato para lo que se avecine.
Pasa esto, apuntamos, en Europa toda. Benedicto XVI lo señala sin ambajes cuando toca la situación de la fe. En el futuro, vino a decir, los cristianos seremos en Europa una minoróa. Y esto es sólo un detalle más, de gran bulto y calado desde luego y de profundas consecuencias para el futuro.
Y se ocupó también el Papa del relativismo, esa "enfermedad" tan extendida y de la que todos hablamos ahora, sin darnos cuenta que es la nueva norma que dirige las conciencias y que puede resultar imprescindible para que en los tiempos que se avecinan, se puedan consumar los cambios sociales que ya se observan y que tanto asustan. Para muchos nada hay ya cierto de lo que consideran antiguo. Abajo los dogmas parecen decir. La verdad pasa a ser mentira o al menos duda. Elevan pues la mentira o al menos la duda a categoría como las que Aristóteles consideraba.
Los síntomas de todo esto comenzaron hace mucho. Ortega lo vio antes que nadie y lo denunció en su "Rebelión de las masas", escrita -¡quien lo diría!- en la mitad de los años veinte del pasado siglo cuando todavía las formas imperaban.
Esa rebelión de las masas profetizada, comienza quizá a hacerse más patente en los años 70 y es ahora cuando estalla desorbitada ante la aceptación o la tolerancia de una mayoría. Lo vemos palpable, no hay sujeción, nada es absoluto, las masas denunciadas por Ortega, desmandadas ya, destruyen las normas o las relativizan.
Es un caminar imparable. Lo liberal como idea política desde el XIX llega a ser una forma de talante que cuando olvida lo que tiene de virtud, pasa a ser el motivo o la disculpa para eximirse (liberarse = librarse) cada cual de sus compromisos, obligaciones y de sus ataduras morales, negando su importancia o, al menos, atenuándola.
Es el nuevo estilo ya imperante que impide aceptar normas de conducta que tachan de trasnochadas. Todo se hace relativo, hasta el sexo por ejemplo, que al relativizarlo pasa a ser género por lo que la varonía o la feminidad también se relativiza con la presentación de ofertas alternativas.
Esto es así, precisamente ahora que la tecnología creemos que nos soluciona suficientemente casi todos los problemas. La técnica se ha hecho poderosa, admirada y buscada hasta para poder seguir vivos. Sobran pues las ideas y puede pensarse por tanto, no sin susto, que el relativismo es la "filosofía" adecuada para esta era de la técnica, lo que encaja muy bien y lo sentimos.
domingo, 13 de julio de 2008
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1 comentario:
Leido su "Principio y fin a la carta" y ahora este artículo, veo que se complementan. Los nuevos tiempos asustan por desgracia.
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