Ya me he venido a mi luna de nuevo con la intención de continuar con lo prometido en algo que publiqué a los cuatro vientos de esta mi solitaria plaza de mi amable y sufrido blog que aguanta todas mis confesiones. Fue, exactamente, el 6 de junio pasado.
En aquel artículo sí me confesé un poco. En fin, continuando con la confesión, veremos qué sale de esta cuesta abajo que se me presenta y en la que me lanzo, a la carrera, con el mejor ánimo. ¿Optimista entonces? ¡Y yo que sé ahora si no he hecho más que empezar! Porque para hacer una confesión audible o legible al menos, tenemos que emplear sin remedio, las palabras, con sus limitaciones. Oigamos la queja del poeta que está aquí conmigo:
Te lo digo con palabras, no tengo otra forma,
palabras que me llegan con su significado establecido
que debo utilizar para acercarme a lo que deseo.
Pero nada es exacto, sino una mera aproximación que tu recibes e interpretas
y que a mi me deja insatisfecho.
La razón la da el mismo poeta "porque -dice- las palabras, con su rigidez, no se adaptan a la realidad del pensamiento". Así que teniendo esto en cuenta, la confesión será sólo un reflejo de lo que ocurre en el exterior de uno, casi a la vista de todo el respetable y no de lo que nació, creció y quedó atrapado, quizá, en los adentros como una amargura que nadie puede desatascar.
Pero como la vida es o se la hace -digámoslo ahora que estamos con esto de la confesión- pura exteriorización, manifestemos en voz alta lo que se nos ocurra. El poeta, mi mentor hoy, dice que aunque "solo existe el silencio que ocultan las palabras", son estas "palabras necesarias para sostener y dar vida al vacío que todo lo llena y que olvidamos para entendernos entre nosotros".
Un lío como ven en el que ahora, en verano, cuesta demasiado adentrarse. Así es que hablemos como todo el mundo aunque haya poco que decir. ¿De qué, entonces, del tiempo?. Pues sí, pero tampoco del que dice el poeta ese que nos acompaña tan tristón y tan acertado a veces, porque él lo enjuicia así:
El tiempo imperturbable
cumpliendo con su labor silencioso,
eterno, incansable,
suave y poderoso
desgasta cuanto encuentra sin reposo.
Y tiene razón, pero yo prefiero no tomarlo tan a la tremenda y entretenerme con él, ganando tiempo o perdiendo el tiempo; porque, incluso, podemos matar el tiempo y podemos dar tiempo al tiempo y hasta hacer tiempo, aunque sepamos que sólo se nos escapa.
¿Y si para evitar tantas meditaciones, aceptamos que hasta cierto punto, como ya dije en otro lugar, es una consideración esto del tiempo un tanto artificial? Los días y las noches sí son comprobables: cuando me entra el sueño, cierro los ojos y oscurece u oscurece y cierro los ojos ¡yo qué sé! y luego, más tarde me despierto y ya es de día. Pero de su medida no me fío mucho como ya señalé también en otro lugar. No me fío yo ni nadie por lo que veo. ¿Si no por qué existe el calendario gregoriano, el juliano, el lunar y hasta el maya y el republicano de los franceses?.
Quizá la única verdad entonces, es que el tiempo se nos escapa, aunque eso sí, vaya dejando su huella. Yo aquí veo una nueva, esta arruga que me atraviesa la cara, ayer no la tenía.
Y con estas sensaciones -en gran parte un refrito- más que confesiones, me despido de ustedes. La confesión prometida se la trasmitiré en otro momento más adecuado, cuando haya hecho el necesario examen de conciencia. Lo prometo.
martes, 29 de julio de 2008
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1 comentario:
Yo, señor, espero sus confesiones o sus sensaciones como esta. Me gustan y hasta hacen pensar a pesar del aire ligero y hasta frívolo que trata y sin duda consigue dar a lo que escribe.
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