No estoy en la luna sino en mi luna, así los despistes o las tonterías que me delaten, serán producto voluntario, quizá hasta buscado. ¿Por qué me he ido a mi luna? Bien, seamos sinceros, no sé si me he ido o me han empujado hasta ella. El mundo es así o mejor, así lo hemos hecho y seguimos haciéndolo. Un ejemplo aunque puede resultar ya extemporáneo (no olviden que estoy en mi luna) : ¿qué piensan -díganme- de la asamblea de ancianos, el senatus, de la antigua Roma? ¿Quién en el mundo actual puede considerar práctica una asamblea de esas características si a los viejitos únicamente se les permite esperar sin esperanza y, además, sin que den demasiado la lata?. Esperar, así nos lo echa en cara el poeta ese que reside en su luna:
Esperar como única tarea
ver el sol, la nube, que acaso llueva
o ver desde dentro que escampe fuera
que la hoja ciga o la flor florezca.
En realidad es este, el de los viejos, un problema de difícil solución en un mundo como el actual en que lo que priva son, (es tópico decirlo, pero es así) los resultados, los materiales especialmente. Este puede ser el mundo actual visto por un anciano de nuestras ciudades del siglo XXI. Nos lo cuenta de nuevo el poeta:
Aristas metálicas y frías,
masas informes, rostros sin risas,
ruidos, rostros, voces no mías,
modos sin alma, luces, las prisas.
Y en ese mundo para él hostil, el anciano se encuentra sólo aunque no lo pretenda. Oigamos su queja:
Busco al prójimo entre muchos,
llamada tenue, bisbiseo,
nadie responde, nada escucho,
ninguno me dice qué deseo.
Con este experiencia, el anciano todavía autónomo puede optar por tomar uno de estos caminos: el de la resignación, en "un mundo solo y repetido/ un mundo gris, éste, muy manido / mi mundo al fin tan aburrido" o apartarse de él en espíritu y construirse otro manejado con la mente por el que deambular con sus pensamientos. Esto es, irse a la luna, a la suya, y desde ella observar lo que acontece, al menos con alguna independencia de crieterio.
Quizá también, si opta por la primera opción podrá controlar su decepción y encontrar una resignada contentura echando mano del optimismo para conseguir llegar a la "Aceptación de los últimos tiempos" como el mismo poeta lo presenta:
Así con la noche oculta del viento
en cobijo cálido del gozo paterno,
el hombre encuentra en tan dulce momento
el cariño amable, el amor más tierno.
Lo que al fin hacemos todos en algún momento quizá de debilidad o acaso de cordura, cuando abandonamos el consuelo de nuestra nube, he querido decir de nuestra luna. Pero en ella, en esa luna inventada (¿o acaso nube también?) no se está "alejado del mundanal ruido". Porque, continuemos con el maestro, el anciano así decidido "sigue la escondida senda por do han ido los pocos sabios que en el mundo han sido". Y él , sin necesidad de creerse un sabio intenta al menos seguir vivo, con su vida todavía tantas veces activa e interesante y, lo que es más importante, interesada.
En ese refugio, con sus ideas y también sus ideales como compañeras seguras y fieles, le renacen al anciano los recuerdos, esto es, le renace la vida, la vivida por supuesto, ya que la futura es un enigma escondido tras azarosos interrogantes. Porque somos eso unicamente, recuerdos, si acaso removidos por la espectativa de lo que vendrá. El poeta desde su luna nos lo explica:
Un prolongado pasado extendido en el recuerdo, eso somos,
al que se va uniendo el momento presente que se abre en enigmático horizonte
que iremos desvelando a medida que se convierta en pasado, solo así,
cuando lo que aún no es llegue, en definitiva, a no ser ya
que solo esto es nuestra vida, vida vivida, al fin y al cabo recuerdo
Y con los recuerdos llegan como de la mano, su valoración y con ella una especie de vuelta a vivir lo vivido, muchas veces ya con un talante distinto y también con una imparcialidad de la que no se disfrutaba cuando fuimos quizá culpables y, desde luego, verdaderos artífices y protagonistas de los acontecimientos que llegaban, cuando aún no nos había nacido la necesidad de crearnos una luna propia. Ahora, ya en ella, hasta podemos volver a gozar de cierto protagonismo al convertirnos en jueces de nuestro propio pasado y darnos una calificcación pormenorizada que nos acerque a una global que nos enorgullezca o, al menos, que nos coloque en el puesto que creamos justo en vista de nustra actuación.
Dicen que uno puede morirse tranquilo si ha escrito un libro, plantado un árbol y tenido un hijo. Yo hasta ahora he escrito siete, he plantado docenas de árboles y he tenido tres hijos y, a pesar de esto, las verdad sea dicha que disfrutar de tranquilidad en el momento del gran viaje me parece inalcanzable, cuando creo que la emoción (de uno u otro signo según cada cual) tiene que ser el sentimiento predominante.
De mis libros, uno, "33 años en el apartheid - La última tieranía" puedo considerarlo ahora en la distancia, como la manifestación de un arrepentimiento, la panitencia merecida por los 33 años de inconsciencia de los que soy culpable. En realidad, el libro, es un resumen veraz, un vómito que me produjo la digestión de tantos años trabajando para la Suráfrica racista, para su Gobierno para más inri. Pero también tengo que decir que fueron años de diversión y de triunfos que me facilitaron la vida, y hasta años de honradez, ahora ya puedo decirlo (quizá por la inconsciencia que antes apunté) viviendo en un medio solo para blancos en que el desprecio al negro era únicamente algo que pasaba allá en la distancia, como ocurre ahora con las hambrunas de tantos pueblos también africanos para los europeos biencomidos que se enteran del tema por la televisión o con el pobre que está en la esquina y pide una limosna por amor de Dios.
Fue un libro como un impensado exabrupto exhalado cuando me pidieron que escribiera la historia del apartheid de Africa del Sur, yo que la conocía con una cierta profundidad. Y conté la verdad de lo que en tantos años fui asimilando sin pasarlo hasta entonces, debidamente, por el cedazo de mi juicio ante lo injusto del momento, aunque sí, siempre, rechazando intelectualmente la injusticia de tal política y, como podrá comprobar quien se tome la molestia de hojearlo, con alguna incursión en el mundo de la subversión, lo que me podía haber costado algún disgusto serio si hubiera salido a la luz mi actuación.
En este repaso o revival, no todo es enjuiciar la actuación de uno mismo. Desde mi luna también se observan, como en aumento, la de los demás y junto a las grandes obras de muchos, se atisba también la pobreza espiritual de otros. A veces hay actitudes ajenas que dan pena, otras, risa. De algunas fuimos espectadores, de otras víctimas; siempre, en fin, testigos de algo rechazable. Pero ésto que es a lo que quería llegar cuando comencé a escribir estas líneas, será un tema que tendré que dejar para una segunda entrega que, sin duda, CONTINUARÁ.
2 comentarios:
Sus lectores esperan hambrientos y avidos de lectura al menos una ración diaria.
Sus lectores le invitan o mejor dicho le "exigen" una publicación diaria
¿ CONTINUARÁ ? ... Lo prometido es deuda ¿ ?
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