He leído en algún periódico de ayer -aunque sólo han sido los titulares- alabanzas a la labor que por la libertad desplegó el inglés Wiston Churchill, lo que uno a otra afirmación similar que vi flotando en este mar infinito que son las ondas o lo que sean, de esta inter-red, dicho sea en español, para mí milagrosa.
Todos sabemos que Churchill se enfrentó a los nazis alemanes de forma muy valiente e inteligente, pero cabe preguntarse para hacer la valoración justa en vista de lo que ahora se comenta, si le movía en este elogiable gesto su amor a la libertad así en abstracto entendida o fue sobre todo su patriotismo -sentimiento encomiable sin duda- el que le animó en aquellas fechas terribles, junto a su también encomiable aliado norteamericano, a enfrentarse a una Alemania que surgía como invencible y terrible potencia en Europa.
Digo nesto porque su sentido de la libertad, al menos cuando esa libertad solo favorecía a otros, no parece que fuera virtud notable en ese a pesar de todo extraordinario dirigente inglés. Conozco tres ejemplos que hacen tambalear ese juicio tan favorable sobre su defensa, digamos altruista, de la libertad. Uno: la entrega en connivencia con los EE.UU. al comunista Stalin de casi media Europa, gesto no heroico precisamente en que el reparto del botín fue preocupación primordial. Gran Bretaña permanecía arrimada a su aliado, el rico, el poderoso, el influyenye, ya que ella, por sí sola, no llegaba ya a tanto.
Segundo caso: Churchill estuvo en la guerra anglo-boer en calidad de periodista, pero que se sepa, nunca denunció la triste situación en que sus compatriotas mantenían presos en campos de concentración, a mujeres y niños afrikaans ni las atrocidades allí cometidas como, - según denuncian historiadores boers- darles pan con vidrio molido dentro de la masa. Esto no lo han desmentido los ingleses, sólo se callan.
Tercer caso: para conocerlo tenemos que trasladarnos otra vez co n la mente, hasta la Suráfrica de 1906. Allí los ingleses y los boers firmaron, acabado el enfrentamiento armado, el Tratado de Vereening "que si no llevó la tranquilidad -dice el historiador- sí alcanzó el silencio de las armas y en la práctica el dominio territorial de los ingleses que es lo que interesaba, moralidad aparte", mientras los boers consiguieron algo para ellos esencial, la separación cuanto más abismal mejor de los nativos. Aunque quedaba en el aire qué hacer con los mulatos e indios que también debían ser rechazados. Sin embargo esto no constituía un problema para los ingleses tan pendientes solo de las formas en tantas ocasiones. El Tratado nombraba la palabra nativo, entonces en la Cámara de los Comunes, exactamente el 23 de julio de 1906, el subsecretario para Colonias que a la sazón era nada menos que Wiston Churchill, dio la sorprendente solución al dilema: "Creo que el preciso significado añadido a la palabra "nativo" es que son nativos todos los que no sean de un país europeo" y se quedó tan pancho fumándose un puro seguramente.
A partir de entonces, hasta que Nelson Mandela diera al mundo la gran lección de inteligencia, tolerancia y honradez, los llamados nativos, los negros que sí lo eran, los indios que fueron llevados a Suráfrica para trabajar y los mulatos, de sangre holandesa también, no fueron libres en absoluto ni para moverse por su propio país.
Wiston Churchill participó en esos tres momentos claves. A pesar de todo fue un gran dirigente al que la Historia debe reconocer y reconoce. Pero hay que añadir también esos tres lunares o más que lunares verrugas que hacen que dudemos de que haya sido un gran defensor de la libertad. ¿Pero quien no cuenta con alguna verruga o quizá con muchas?
lunes, 30 de junio de 2008
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